Uno de los aspectos que más sorprende a los ajenos a la cultura skinhead es su peculiar relación con la música reggae. Llevados por tópicos muy manidos, no ven relación posible entre unos hooligans desatados y el ritmo cannábico de Bob Marley, cuya música es veraniega y bonita para más señas.
Aunque es una idea simplista y equivocada, ciertos lugares comunes parten de análisis razonables, y la lógica del caso que nos ocupa es muy clara: si culturalmente los barrios obreros de la Inglaterra de los 60 están a años luz de la Jamaica contemporánea, por qué una parte de la juventud inglesa de ese momento copió la música y estética jamaicanas y las adoptó como propias?
La lógica invita a pensar que, en el contexto de una relación colonial, la parte dominante ejerce un mayor influjo sobre los dominados que en el caso contrario, pero los hechos demuestran que, al menos en lo tocante al reggae, las cosas pasaron de otra manera.
Mirando al momento y lugar en que las culturas jamaicana e inglesa tomaron contacto de igual a igual, trataremos de responder a la gran pregunta: por qué los skinheads nacieron bailando reggae? Cuándo dejaron de hacerlo? Viajemos a los 60 para saberlo.
-Es lo que hay en nuestro pequeño Londres1
En internet, cientos de páginas sobre cultura skinhead repiten hasta la náusea que la independencia de Jamaica en 1962 provocó una profunda crisis que explicaría la llegada de miles de inmigrantes isleños al Londres de aquellos años, haciendo partir de dicho acontecimiento la relación entre skinheads y jamaicanos. Sin embargo, esto no sucedió así.
En realidad, los 60 fueron años de gran crecimiento para el país caribeño, por lo que la presencia de jamaicanos en Inglaterra es consecuencia del vínculo colonial anterior. El gran flujo migratorio hacia la metrópoli surgió tras la IIª Guerra Mundial, y se redujo precisamente al lograrse la independencia y cambiar las leyes inmigratorias del Reino Unido. Simplemente, los jamaicanos ya estaban allí cuando apareció el reggae.
Su número era tan elevado en relación con la población de la isla (300 mil expatriados entre 1948 y 1966) que, por fuerza, Inglaterra constituía un mercado fundamental para cualquier producto cultural jamaicano. En ese sentido, ciudades inglesas como Londres o Birmingham se convirtieron en núcleos tan importantes para Jamaica como la propia Kingston.
En ellos, la población antillana compartía rechazo y barrios con los obreros autóctonos, para los cuales la City o Westminster quedaban tan lejos como el Caribe. En este espacio común no exento de conflictividad, los jóvenes de ambas razas ya no reproducían los viejos patrones de dominancia entre amos y esclavos, sino que recorrían juntos el mismo camino plagado de obstáculos.
Les gustasen o no sus vecinos negros, los hijos de los obreros ingleses de los 60 compartían pupitre y andanzas con ellos, así que el racismo se convirtió en una opción poco útil por la que optaron solo los más cerrados. El resto, ya fuese por convicción o por pragmatismo, mantuvo una cierta distancia con los migrantes, pero fue receptivo a la hora de adoptar aquellos rasgos de las cultura antillana que pudiesen serle de utilidad.
Entre esos aspectos aprovechables estaba la imagen dura que proyectaban los rude boys, jóvenes jamaicanos sin cualificación ni trabajo estable que afrontaban la marginalidad aplicando la misma receta que sus parientes de Kingston: violencia, soberbia y música reggae. Ésas eran las herramientas para luchar contra la exclusión, ya fuese en las ciudades hostiles de su país de origen o en una Inglaterra que tampoco estaba dispuesta a aceptarlos.
Enfrentados a problemáticas muy parecidas (salvo en el aspecto racial), los jóvenes proletarios del sur de Londres copiaron rasgos estéticos de los rudies como los pantalones pesqueros o los abrigos abiertos, que fueron sustituidos por crombies en el caso de los ingleses. En un alarde de apropiación cultural completa, los jóvenes blancos también imitaban su forma chulesca de caminar, ciertas palabras de su vocabulario e incluso su corte de pelo. Efectivamente, el rasgo que acabaría dando nombre a los skinheads fue un intento de los hard mods de imitar el pelo de sus colegas negros, que entonces solían llevarlo corto.
Por último, los hard mods y posteriormente los skinheads se sumergieron también en la música que escuchaban los jamaicanos. Sus letras crudas y ritmo lento facilitaban la diversión sin perder hombría, pero principalmente aportaban un pedigree violento muy atractivo para los chicos de barrio: el reggae y sus precursores, como el ska, rocksteady o la danza burra, tenían una innegable vinculación con el gangsterismo más crudo y patibulario que había al Oeste de Kingston.
Pasado el tiempo, los rude boys cambiaron su tono agreste por el milenarismo místico de Marcus Garvey, que ponía los ojos en África y la libertad de la raza negra mezclada con un cristianismo sui generis. Estas aportaciones cristalizaron en un nuevo credo, el rastafarismo, en el que los blancos no tienen cabida. Cuando esta filosofía cambió las cárceles por la espiritualidad y la violencia por referencias bíblicas, las letras de las canciones reggae mutaron completamente, haciéndose inasumibles para los blancos.
Eran los años 70, los skinheads empezaron a distanciarse de la órbita jamaicana y la música más representativa de aquella isla tomó un camino tan diferente que sus orígenes quedaron difuminados hasta el punto en que fue necesario acuñar conceptos como el de early reggae para recuperar su papel en la Historia.
1Verso de la canción “Reggae fever”, The Pioneers (1974), “What is this in our little London” en el original.