Pequeño, simpático y con un aire cool eterno, el Mini es uno de los iconos de la cultura inglesa. Su imagen remite al Londres más hedonista, con chicas en minifalda y chicos despreocupados con porte slim. Pese a no estar entre los elementos canónicos de los mods, su relación con ellos se estrecha hasta el punto de ser el coche por excelencia de los admiradores del estilo británico.
Su origen se remonta al año 1957, cuando un equipo de ingenieros encabezado por Alec Issigonis diseñó un coche de dimensiones mínimas y reducido consumo que fuese accesible para la clase obrera tras la subida del crudo causada por la Guerra del Sinaí (1956). En este sentido, la British Motor Corporation dio prioridad a su producción por encima de otros modelos más grandes, de modo que el primer prototipo fue presentado en un tiempo récord.
Issigonis, un inmigrante griego nacido en Esmirna, se ajustó a las directrices del fabricante, que reclamaba amplitud interior y costes muy moderados. Para ello, recurrió a soluciones geniales como dejar visibles los puntos de soldadura de la carrocería (lo cual abarataba considerablemente los costes) o ganar espacio por medio de ventanillas corredizas y un maletero abatible que permitía transportar objetos voluminosos. El novedoso tipo de lunas permitía prescindir del mecanismo de elevación manual, cuyo espacio fue ocupado por unos bolsillos sobre las puertas que, según la leyenda, se diseñaron para que cupiese una botella de ginebra de la marca preferida por Issigonis.
Dotado de un motor ya existente que se encajó en su estructura compacta, el prototipo ADO15 pasó del tablero a la producción en serie en 1959, cuando empezó a fabricarse en la factoría Austin de Longbridge (Birmingham). Como curiosidad, la cilindrada de los motores se redujo de 948 cm3 a 848 cm3 al poco tiempo, pues se juzgó que alcanzar los 145 km/h era excesivo para un coche de su tamaño, de modo que la nueva motorización llegaba solo a los 116 km/h.
Pese a sus múltiples cualidades, el éxito del Mini no fue inmediato, pues no cuajó entre el público para el que estaba pensado. Quizás deseosa de un automóvil más grande, la clase obrera británica le dio la espalda, de modo que el Austin-Morris MkI no fue el equivalente británico de utilitarios míticos como el Ford T, el 2CV Citroën o el Volkswagen Escarabajo.
Sin embargo, su aspecto coqueto y carácter urbano lo hicieron apetecible para la clase media-alta de las ciudades, en las que se movía con una soltura y estilo que hicieron del Mini un icono pop. Coincidente en el tiempo con la efervescencia del Swinging London, se convirtió en el coche de las celebrities, que lo adoptaron como signo de distinción y modernidad. A ello contribuyeron figuras como George Harrison, Mary Quant (que diseñó una edición limitada con tapizado a rayas) o Lord Snowdon, marido de la princesa Margaret y artífice de la llegada del Mini al palacio de Windsor.
Su popularidad creció aún más gracias a hitos como la victoria en el Rally de Montecarlo del año 64 o su aparición en películas como «The Italian job» (1967), en la que el archibritánico Michael Caine convirtió al Mini en el epítome del estilo de su país.
Gracias a esta sucesión de golpes publicitarios, la demanda se disparó en todos los mercados, por lo que la British Motor Corporation introdujo la producción bajo licencia en numerosos países, entro los que se encontraban Portugal, con su planta en Setúbal, y España, cuya fábrica de Pamplona produjo cerca de 140 mil unidades entre 1970 y 1976, año en el que se produjo su cierre definitivo.
Las ventas del Mini, que alcanzaron una cifra global de más de 5 millones de unidades, no impidieron que el consorcio BMC fuese engullido por la célebre casa Rover, a su vez absorvida en 1994 por BMW. La matriz alemana es, desde entonces, la propietaria de los derechos del Mini.
Mientras tanto, los mods primigenios asistían a todo esto desde una distancia considerable, pues ni su edad ni su tren de vida les permitían comprarse un Mini. De todos modos, su pretensión de elitismo y modernidad los llevó a asociarse con la imagen que proyectaba el modelo de Austin, un coche que sigue evocando el sabor de los años 60 hasta nuestros días.