Grises, cuadrados y con las gradas a pie de césped, los viejos estadios con casas cerca conforman uno de los paisajes más genuinos de la Inglaterra que inventó el fútbol y la modernidad. Sin apenas concesiones estéticas, resultan tan genuinos que suplen las incomodidades propias de unos recintos irregulares cuyo diseño definitivo es el resultado de las reformas improvisadas y el tiempo, que acude con inclemencias a complicarlo todo. Se trata de combatirlas con techos calados y las tribunas ceñidas, abarrotadas por tanta gente que atronan los gritos hasta inspirar miedo.
Los campos ingleses suavizan su asimetría mimetizándose en un entorno con el que comparten materia prima y contexto, quizás ahí radican su encanto y el rango de catedral profana; o de factoría, pues algo vincula al aficionado con sus colores y lo hace acudir a ellos con regularidad. Allí construye su imagen e identidad social, se trazan lazos y desafectos; resulta en definitiva que los estadios son pub y escuela, en ellos transcurre la vida, asumen al mismo tiempo los roles de templo y fábrica.
Si arquitectura es cerrar espacios, normal que sean tan parecidos aquellos que cumplen papeles análogos, por eso los campos de fútbol imitan a las industrias donde trabajan sus feligreses. Llevando al extremo, el jugador ve en el césped y el graderío un lugar de trabajo y de cotidianeidad, el mismo que su patrono contempla como un negocio. Lucro y esfuerzo en un edificio solo.
Anfield (Liverpool) y Goodison Park (Everton) en 1966. Los estadios ingleses son una prolongación del hábitat.
Cuando a mediados del XIX los futbolistas empezaban a abarrotar los descampados de gente y la convertían en público, hubo que escalonar el suelo para que todos vieran el espectáculo. Se aprovecharon los desniveles, se levantaron estructuras de acero y de tablas. Así se hacía también en los recintos para atletismo o críquet, solo que el fútbol ya congregaba a las masas hasta niveles desconocidos.
Entonces surge Archibald Leitch, un arquitecto de Glasgow que hacía fábricas. En sus primeros trabajos de ámbito deportivo se limita al patrón de siempre: metal y madera para las gradas. Así construye su primer encargo en la vecina Inglaterra: la reforma de Bramall Lane, el estadio más antiguo del mundo. En 1896 Leitch diseña una nueva tribuna para el ya entonces vetusto recinto de críquet, casa de un Sheffield United que juega al fútbol y atrae a más seguidores.
Archibald Leitch revolucionó el diseño de estadios de fútbol.
En vista del éxito de su grada y al no ser frecuente que un reputado arquitecto construyese campos de fútbol, el Rangers le encarga su nueva casa. Archibald Leich, profeta en su tierra, regresa a Glasgow para agrandar el club al que apoya desde la infancia. Pero le fallan los cálculos, o los materiales, y anticipando un siglo a tragedias como la de Hillsborough o a la del propio Ibrox, los muertos se cuentan con ambas manos: hay 26 cuando el suelo se viene abajo en 1902.
Leitch pudo ser otra víctima, pero los gers lo rescatan al permitirle enmendar sus errores diseñando el estadio de nuevo. Planifica desde el incio una estructura de hormigón armado dispuesta en dos niveles con voladizo y techo a dos aguas, sus señas de identidad. Por fuera, ladrillo visto y escaso ornamento, si acaso azulejos donde destaque el nombre del club, que es la empresa. Como en las fábricas.
El desastre de Ibrox de 1902 fue el punto de inflexión en el nacimiento de los nuevos estadios de hormigón. En la otra imagén, fachada del mismo estadio, en la que se ve claramente la influencia fabril en los diseños de Leitch.
Patenta la idea y la reproduce: los clubes británicos no quieren desgracias. Surge así un paradigma nuevo en los campos de fútbol, que corren a cargo de Archibald Leitch en casi todos los casos, al menos en los de cierta entidad: Manchester United, Liverpool, Everton, Chelsea, Fulham, Arsenal, Millwall o Aston Villa; listado enorme de nombres míticos aparejado al de sus recintos: Old Trafford, Anfield, Goodison Park, Stamford Bridge, Highbury, The Den, Villa Park.
Todos y cada uno muy parecidos, siguiendo una analogía que invoca razones mayores, como es la seguridad. Las nuevas fábricas que producen fútbol se adosan a las viviendas de los obreros que acuden en masa, surgiendo un paisaje nuevo que se volvió postal.
Pero la ciencia funciona por paradigmas, y como la arquitectura es una, o lo pretende sin prescindir de lo humano, el modelo que dominó Inglaterra en lo que respecta a estadios dejó de tener vigencia pasado un tiempo. Nuevas desgracias como las mencionadas pusieron muertos en las tribunas y las portadas, llevando a nuevos requerimientos que condujeron a otros diseños.
Tribunas de hormigón con voladizo, pilotes, techo a dos aguas y el exterior de ladrillo: las señas de identidad de los estadios ingleses del s.XX. En la otra imagen, cambio de paradigma en White Hart Lane (Tottenham), otro diseño de Litch que da paso a los nuevos tiempos.
Hillsborough y Heysel se hicieron un nombre propio asociado al desastre, y desde entonces, en los estadios nada fue igual. Espacios más amplios, gradas de asiento, nuevas salidas y vomitorios en campos donde las vallas están prohibidas. El golpe definitivo lo dio la deriva mercantilista, la conversión del deporte en negocio, si es que algún día había sido otra cosa. Puede que no, solo que ahora se planifica todo con prioridades nuevas, y eso incluye también a los campos, o arenas, o cosas peores con otros nombres.
Hoy los estadios son diferentes, puede que sea absurdo invocar la nostalgia. En cualquier caso, hubo un tiempo en que los ingleses iban a los suyos a esperar un milagro, como en la iglesia; a sufrir y ganarse el sustento, como en la fábrica. En ese tiempo, era Archibald Leitch quien los diseñaba.