-Tartán y kilts: diferenciarse a primera vista.
Aunque su origen étnico era diferente, los celtas de Escocia y los ingleses de origen germánico no diferían mucho a primera vista. Si acaso vestían distinto, pero eso también pasaba en la propia Escocia, donde las Lowlands mostraban rasgos diferenciados respecto a las montañas del norte.
Cuando a mediados del XVIII Inglaterra sometió definitivamente a los escoceses (Culloden, 1746) y aceleró el proceso de imposición cultural, la población autóctona buscó rasgos que mantuviesen viva su identidad. Como hemos visto, los encontró en las Highlands, las tierras altas y agrestes organizadas en clanes.
Según la tradición, los hombres pertenecientes a dichos grupos clientelares (no siempre unidos por lazos de parentesco) vestían faldas de cuadros con un patrón diferente para cada apellido. Sin embargo, la historia nos muestra una realidad distinta.
Para empezar, los escoceses de las montañas no usaban falda. Como irlandeses que eran, vestían una camisa larga (en gaélico leine), cubierta por una túnica sobre el hombro (failuin) y un manto. Con el tiempo, la relación con Irlanda disminuyó, por lo que la vestimenta escocesa siguió un camino propio.
Hacia principios del XVIII, el atuendo básico de las Highlands consistía en una chaqueta larga con cinturón, sobre la cual caía un manto hasta la altura de las rodillas. Al dejar las piernas al aire, parecía que quienes lo usaban llevaban falda. En cuanto al color, predominaba el marrón en las clases bajas, mientras las élites se decantaban por colores más vivos, haciendo de ello una señal de status. Ni rastro de tartán de momento, y menos aún de patrones propios asociados a un apellido.
Pese a sus muchas licencias históricas, el vestuario de los escoceses en «Braveheart» se aproxima bastante a la realidad, pues los personajes no emplean faldas, sino un manto que dejaba las piernas al aire.
La primera referencia a la falda o kilt data de 1727, veinte años después de la unión de Escocia con Inglaterra. En ella, un oficial inglés llamado Edward Burt se refiere al quelt como una forma de llevar el manto, y no como una prenda concreta. Según Burt, se asemejaba a las sayas de las mujeres pobres de Londres cuando se las remangaban para evitar la lluvia.
Siendo un hecho que este vestido tradicional existía y que se denominaba kilt, el paso siguiente para la aparición de la falda escocesa se dio de forma casi inmediata. Fue obra de Thomas Rawlison, un empresario inglés que se estableció en las Highlands para obtener el carbón vegetal que precisaban sus forjas de Lancashire.
Al ver las ropas de sus obreros, consideró que eran inadecuadas para el ámbito laboral, pues el manto enrollado les restaba movilidad. Para adaptar su indumentaria al trabajo sin descuidar la tradición escocesa, sustituyó el manto por una falda y le añadió un zurrón que sirviese como bolsillo. El material escogido para confeccionarla fue la tela de lana gruesa y patrón de cuadros conocida como tartán, nombre de origen francés que hacía referencia a los tártaros.
El tartán era una tela barata y muy popular desde el s.XVI, por eso fue empleado por Thomas Rawlison para vestir a sus operarios. No tuvo nada que ver con los nobles hasta la década de 1820.
Las faldas a cuadros se hicieron tan populares en las Tierras Altas, que en veinte años se convirtieron en el atuendo típico de la zona, llegando a ser tan representativas que, tras su victoria en Culloden (1746), los ingleses promulgaron el Acta de Vestimenta, que las prohibía tajantemente junto a las gaitas, el idioma gaélico y el sistema de clanes por ser los rasgos más distintivos de la cultura escocesa.
En pocos años la hegemonía inglesa acabó con la Escocia tradicional, que claudicó ante la potencia invasora mediante la asimilación o la emigración a América. En un último intento de resistencia, las clases altas locales patrocinaron la reivindicación de una cultura propia diseñada de nuevo tomando como base la supuesta autenticidad de las Highlands.
Inesperadamente, los nobles que antaño menospreciaban las Tierras Altas reivindicaban ahora su imagen, solo que ésta estaba distorsionada. Las faldas a cuadros eran recientes e inglesas, pero fueron la clave del nuevo folclore escocés, al que hay que unir el clasismo de una nobleza que, espoleada por las ansias historicistas de autores como Macpherson o Walter Scott, patrocinaron instituciones como la Highland Society de Londres (1778) o la Celtic Society de Edimburgo (1820), que inventaron tartanes para los nobles y un pasado a medida para una Escocia ya amortizada por Inglaterra.
Sir Walter Scott, figura clave del romanticismo escocés, autor de obras como «Ivanhoe» y de la supuesta heráldica del tartán, curiosamente inventada con motivo de una recepción a Jorge IV, rey de Inglaterra.
-Gaitas: instrumentos reconvertidos para la guerra.
Nuestra imagen inconfundible de Escocia ya tiene un paisaje agreste y faldas a cuadros. Solo nos falta una pieza para acabar: la gaita de tres roncones cuyo sonido grave sugiere heroísmo.
Lejos de ser una hipérbole, ése es precisamente el motivo de que la gaita ocupe un puesto en el panteón cultural de Escocia pese a que ni se inventó allí, ni fue el instrumento más destacado de la cultura celta durante siglos. Como bien sabemos gracias a los euros de Irlanda, a su escudo y a los logos de Ryanair o Guiness, dicho lugar corresponde al arpa, el instrumento de cuerda tañido por bardos como el de Astérix.
Instrumento céltico por antonomasia, el arpa es el emblema de Irlanda, razón de más para que Escocia debiese buscarse uno propio.
En ese caso, cuándo y por qué alcanzó la gaita el papel icónico que tiene en la actualidad? El motivo es sencillo: la gaita provoca un sonido fuerte, por eso se la ha excluido de la música culta pero resulta fundamental en la popular y en los entornos festivos. En la era anterior a los amplificadores, que se escuchase bien no solo era idóneo en las fiestas, sino también en un ámbito tan distinto como la guerra. Los escoceses, que no eran el más pacífico de los pueblos, solían usarlas al entrar en batalla, al menos en una época relativamente reciente como el XVIII.
Cuando en 1746 los escoceses que rechazaban la reciente unión con Inglaterra se enfrentaron al invasor inglés en Culloden, la victoria foránea fue tan completa que marcó el principio del fin de la Escocia tradicional, entre otras cosas por la prohibición de rasgos de su cultura como la indumentaria o las propias gaitas.
Culloden, 1746. Solo veinte años después de su invención por un empresario inglés, el kilt ya era una seña de identidad en las Highlands. La derrota escocesa supuso que su cultura quedase relegada al ámbito del folclore.
La consolidación del dominio inglés condujo a la imposición cultural, por lo que solo se toleró la pervivencia de algunos rasgos de la cultura escocesa a través del folclore, buscando reconvertir a los escoceses, antaño enemigos, en aliados en el proceso de construcción del Imperio Británico. Por este motivo, se permitió que la gaita y el kilt fuesen el distintivo de unidades militares como los Highlanders, una estrategia asimiladora de la que se jactaban estadistas de la talla de Pitt el Viejo (c. 1760).
Paradójicamente, fue esta alianza con el imperialismo británico la que dio forma definitiva a los tópicos sobre Escocia y los difundió por el mundo, pues era en su ejército incontenible donde mejor encajaban tartán, kilts y gaitas con la bravura escocesa, tan bien reflejada por sus paisajes.
* Para un análisis más completo, ver «La tradición de las Highlands», Hugh Trevor-Roper. Editorial Crítica, Barcelona (2002).