En el mapa de subculturas urbanas surgidas en Inglaterra hay una serie de hitos que suenan como una alineación titular: teddy boys, mods, skins, punks y casuals; etiquetas reconocibles que se solapan, pero asociadas a etapas concretas. Son éstas las que han pasado a la historia, dejando por el camino otros looks, filosofías y estilos de vida que fueron cruciales durante un tiempo para los jóvenes, pero que apenas han influido sobre los que vinieron después.
Este ostracismo suele deberse a factores como el carácter local, demasiado marcado a veces, o al surgimiento de otras culturas que eclipsan a las que son menores, borrando por el camino su singularidad.
En este grupo de segundones de oro podemos nombrar a los sharpies, limitados a las fronteras de Australia, a los boot boys melenudos con pantalón de campana, o a nuestro objetivo de hoy: los perry boys de finales de los 70.
Pandilla de perry boys a principios de los 80. Elegancia sport al servicio de la agresividad.
En esos años coincidieron los últimos coletazos del northern soul y el punk más vandálico con los skinheads y mods del revival, formando un volcán de estilos al que se unieron escenas nuevas surgidas en paralelo a la crisis.
Liverpool y Manchester, ciudades fabriles por excelencia, ejercieron como epicentro de estas aportaciones recientes, que no eran sino una receta nueva con ingredientes de siempre: ropa elegante, origen obrero, hooliganismo y música.
Así surgieron pandillas de adolescentes que ya no seguían pautas subculturales previas, sino que establecieron un canon propio gracias al uso de ciertas marcas y cortes de pelo. Lo acompañaban de un gran eclecticismo en lo musical, formando una subcultura nueva que recibió varios nombres en sus inicios: scallys en Liverpool o perry boys/town boys en la vecina ciudad de Manchester.
Estéticamente seguían los pasos de David Bowie y de Bryan Ferry, y se definían por el uso de zapatos Kickers, Clarks o Hush Puppies, zapatillas Adidas Stan Smith, vaqueros Levi’s o Lois, camisas de Peter Werth y, sobre todo, los polos Fred Perry que les pusieron nombre. Completaban su atuendo con otras marcas como Aitch, French Connection o Second Image, además de otras más conocidas como Fila o Sergio Tacchini, de las que se surtían robando en tiendas de las ciudades que visitaban cuando seguían a sus equipos de fútbol.
Aunque ocupaba un lugar secundario al principio, el fútbol acabó por hacer de los perry boys un precedente local de los casuals en la ciudad de Manchester.
En lo tocante a las aportaciones foráneas, el pistoletazo lo dieron las nuevas hornadas de pillos de Liverpool, que aprovecharon los años dorados del principal equipo de la ciudad para asolar Europa y captar influencias varias. Francia e Italia definían el estilo continental, por lo que aprovechaban los cruces en esos países para llenar su armario.
El pelo constituía otro aspecto clave, y no admitía más variantes que un corte esmerado hasta la altura de las orejas con el flequillo largo hacia un lado, dando lugar a un estilo denominado wedge haircut.
En lo tocante a lo musical, los perrys venían del Northern Soul, pero se fueron adaptando a los tiempos al incluir en sus gustos los sonidos post-punk, synthpop (pop electrónico) e incluso la música disco. Compaginaban a grandes de aquel momento como Joy Division, Roxy Music o David Bowie con Echo & The Bunnymen y The Cramps.
Bryan Ferry, líder de Roxy Music. Era un referente para los perrys tanto en lo estético como en lo musical.
Años más tarde, cuando el estilo perry era un hecho, fue su influencia la que alcanzó a la música y no al revés, de modo que algunas bandas contaron con perries entre sus filas. Es el caso de los Stockholm Monsters e incluso los célebres Stone Roses. Del mismo modo, y aún no formando parte de esta cultura, a principios de los 80 los new romantics también recibieron su influjo, como podemos apreciar en los cortes de pelo de grupos tan conocidos como Spandau Ballet, Alphaville o Duran Duran.
Por último, los perrys se definían por su actitud violenta, que practicaban merodeando por la ciudad y por los clubes de baile. Cruzarse con ellos era sinónimo de problemas, y en esos casos, el fútbol solía ser lo de menos. Sacaban a relucir los cutters, cuchillas para manualidades con las que sorteaban la prohibición de navajas, y hacían después las preguntas.
Y sin embargo, pocos recuerdan hoy a los perry boys. Su imagen ya no es reconocible y se asocia su música al main stream. El motivo es que su existencia corrió en paralelo a la de la cultura casual, con la que se solapa y se hace difícil de distinguir. No en vano, comparten los ingredientes clave: origen, época, gustos y muchos de los elementos que definen su imagen. Quizás por ello acabemos antes citando sus diferencias.
Portada del libro de Ian Hough sobre la subcultura perry. Publicado en 2007, constituye la mejor aproximación a este tema.
Así, mientras los casuals son una subcultura asociada a las gradas en la que la música no es un aspecto fundamental (un caso único en este sentido), los perry boys veían en ella un elemento más importante que el propio fútbol, por lo que su hábitat natural eran las salidas nocturnas.
Música frente a fútbol, discoteca antes que grada, mejor la noche que la mañana. Así eran los perry boys antes de que los hooligans se convirtiesen en la imagen típica de Inglaterra. Cuando eso ocurre, los casuals le ponen cara a las razzias inglesas fuera de sus fronteras, razón de más para que su juventud se incorpore en masa a la nueva cultura, espoleada por la televisión y por tragedias inspiradoras como la sucedida en Heysel, que muchos tomaron literalmente como un ejemplo. En ese contexto, las subculturas menores palidecieron y dejaron su sitio a la dominante, que convirtió a aquéllas en una fase o en simple versión local.
Sin ser descabellado un análisis de este tipo (los perrys como visión parcial de los casuals), hubo un tiempo en que éstos se convirtieron en la cultura más respetada y en referente estético, aunque fuese tan solo en las fronteras de Manchester.