Entre el 11 y el 17 de agosto de 1965, el barrio de Watts en Los Ángeles vivió los peores disturbios raciales habidos hasta esa fecha. Una infracción de tráfico derivó en un enfrentamiento entre vecinos y policías que se saldó con 34 muertos, más de un millar de heridos, 3500 arrestos y daños por más de 50 millones de dólares de la época. Solo la intervención de la Guardia Nacional del Estado de California y el uso de tácticas y armas de guerra logró detener las protestas, que pasaron a ser conocidas como la Rebelión de Watts.
La tarde en que empezó todo, el agente Lee Minikus detuvo un coche que presentaba una conducción errática. En él viajaban los hermanos Ronald y Marquette Frye, dos hombres de raza negra. Era Marquette el que conducía, por eso cuando no superó un control de alcoholemia en el que no podía caminar recto sin tropezarse, su hermano salió corriendo para avisar a sus familiares.
Siguiendo unas pautas que se repiten en estos casos, lo que ocurrió después no está claro. La intervención policial convocó a numerosos testigos y caldeó el ambiente. En poco tiempo se congregaron 300 personas, que jaleaban a Marquette Frye y reclamaban su libertad. El detenido, que había colaborado hasta entonces, se resistió al arresto.
Marquette Frye, de 21 años, junto a su madre y su hermano Ronald. Su detención puso de manifiesto las tensiones entre la minoría negra y la policía en la ciudad de Los Ángeles.
En medio de una tensión creciente, una chica fue detenida por escupir a los guardias. Mientras era igualmente arrestada, se propagó el rumor de que la policía había atacado a la madre e incluso a la novia embarazada de Frye. Fue el punto de no retorno.
Los testigos recuerdan columnas de humo por todas partes, saqueos, pillaje y disparos las veinticuatro horas. Definen el sur de Los Ángeles como una zona de guerra. En palabras de Tommy Jacquette, amigo de Marquette Frye, era el momento de la revancha contra la policía.
Tras una semana de caos y contagio a ciudades vecinas como Long Beach o San Diego, la revuelta fue sofocada y se decretó una investigación a cargo del director de la CIA. La comisión McCone estableció que las causas eran el arraigo de la pobreza, la desigualdad, la falta de infraestructuras y el racismo institucional, reflejado en aspectos como la mala relación con la policía (formada mayoritariamente por blancos) o la aprobación de la Proposición 14, una polémica ley del Estado de California que permitía a los propietarios de inmuebles rechazar cualquier alquiler o venta alegando motivos raciales.
Durante una semana se sucedieron las escenas de violencia y pillaje. Las autoridades llegaron a perder el control sobre los barrios negros del sur de Los Ángeles.
Dicha ley resultaba fundamental para confinar a las minorías en ghettos carentes de los servicios básicos, perpetuando así la segregación que había anulado la Ley de Derechos Civiles del año anterior (1964). En base a ella, los negros podían establecerse donde quisieran, pero las circunstancias y contramedidas legales los abocaban a hacinarse en barriadas ínfimas como Watts.
Habían llegado a ellas en el contexto de la Segunda Gran Migración Negra (1940-70), en la que 5 millones de afroamericanos del Sur y del Medio Oeste abandonaron sus puntos de origen para instalarse en las grandes ciudades de California, en una versión renovada de la Fiebre del Oro, pero esta vez asociada a la industria. En solo tres décadas, Los Ángeles pasó de 60 mil a 350 mil habitantes negros, que suponían el 15% de la población total en el momento de los disturbios.
El propio Marquette Frye, cuyo arresto originó la revuelta, había llegado a Watts cuando era un adolescente, dejando atrás su Oklahoma natal y el lugar de Wyoming donde creció.
El área de la revuelta parecía una zona de guerra. Avalon Boulevard y 116th Street actuaron como epicentro de los disturbios.
Las nítidas conclusiones de la comisión McCone a respecto de los disturbios tuvieron un gran valor simbólico y sociológico, pero poca influencia real, ya que las causas que señalaba perduran hasta el presente. Ni siquiera puede decirse que la revuelta lograse acabar inmediatamente con la ominosa Proposición 14 que restringía el acceso de negros a la vivienda, ya que ésta siguió en vigor unos cuantos años con el apoyo de los juzgados y del nuevo Gobernador del Estado, un tal Ronald Reagan que había rodado westerns mediocres en Hollywood. Pese a ello, la normativa fue finalmente anulada por un tribunal federal en 1974, alegando su inconstitucionalidad.
Consciente de que otra revuelta tan solo era cuestión de tiempo, la revista LIFE publicó un artículo sobre la situación de Watts a un año vista. Fue escrito por Jerry Cohen y William Murphy, ganadores del premio Pulitzer por su cobertura de los disturbios para Los Angeles Times. Su texto se titulaba «Burn baby, burn» (arde cariño, arde), y era una adaptación del libro que estaban a punto de publicar, cuyo nombre era un guiño de los autores al poema homónimo de Marvin X, cabeza visible del movimiento Black Arts.
Portadas de la revista LIFE reflejando los disturbios de Watts (1965) y la situación en el barrio después de un año. Analizaremos este último reportaje en nuestro próximo artículo.
El reportaje ocupó la portada y 26 páginas el 15 de julio de 1966, corriendo las fotos a cargo de Billy Ray, el mismo fotógrafo que había convivido con los Hell’s Angels y publicado sus impresiones en otro número de la revista LIFE.
El aporte de Cohen y Murphy sobre los sucesos de Watts es una obra maestra del periodismo, pero se hizo famoso principalmente por las fotografías de Ray. En ellas, algunos de los protagonistas de los disturbios ofrecen una lección de estilo en la que muestran rasgos comunes con subculturas tan alejadas como los ivy leaguers, los mods ingleses o los rude boys jamaicanos.
Analizaremos dichas fotografías y su contexto en nuestro próximo artículo.