No es fácil imaginar a cowboys forajidos en una isla como Jamaica. Con el clamor constante de la naturaleza sería difícil oír el ruido de unas espuelas, de un relincho cortando el aire o del tambor de un revólver que gira. Los sheriff de Spainsh Town u Ocho Ríos no aplican la ley con severidad y los cuatreros hablan patoise mientras fuman hierba e invocan creencias difusas. En Kingston no viven centauros y nunca ha habido ningún desierto.
Y sin embargo, los niños y adolescentes de la Jamaica de los 60 se apiñan en las butacas de cines destartalados para ver westerns. En ellos ven reflejado su canon de masculinidad gracias a tipos duros y lapidarios que sobreviven en medio de entornos hostiles. Puede que ese Lejano Oeste de los Estados Unidos haga realmente honor a su nombre cuando se observa desde Jamaica, pero los pistoleros de ambos lugares parece que hablan el mismo idioma.
Es el lenguaje de la violencia. Los héroes de las películas son implacables y moralistas, admiten pocos matices y no albergan sitio para las dudas. Es la receta para esos yermos donde escasea la suerte y la vida no vale nada. Exactamente igual que en Jamaica.
La buena acogida de los spaghetti western en Jamaica hizo que se convirtiesen en un subgénero de la música reggae.
Cuando se encienden las luces del cine, los chicos de barrios como Trench Town no ven coyotes en horizontes ocres, pero los badmen locales sí que recuerdan a Billy el Niño, o a Jesse James y su banda. Ocupan las calles pavoneándose y terminan su recorrido en un baile.
Y qué es un sound system sino un saloon? Desde que Colin Channer estableció la metáfora, no existe otra más acertada. Las motos son los caballos, los héroes y antihéroes resulta que son los mismos. No hay tanta distancia entre vaqueros y rudeboys.
En cuanto a la banda sonora, no todo era ska en los dancehalls. Antes de que Jamaica acuñase su propio estilo, sus altavoces reproducían sonidos foráneos, igual que ocurría con las películas. Los jamaicanos vibraban al son de la América negra con la que compartían raíces, bailando R&B y haciendo versiones propias, pero sería ilógico limitarse a la afinidad racial; poner barreras resulta absurdo en los dos sentidos. Los mismos jóvenes negros que idolatraban a los vaqueros blancos del cine también consumían su música, y esto resulta válido tanto en Jamaica como en Estados Unidos. Acaso podía ser de otra forma?
Figuras del country como Kenny Rogers, Skeeter Davis o Patsy Cline eran reverenciadas en Nashville, en Mississippi y en Kingston, hasta el punto de que Bob Marley lanzó como single una versión de Claude Grey, un tipo de Texas que en sus canciones nombraba a la Biblia.
Así, cuando a finales de los 60 apareció el reggae, western y country tuvieron un rol importante, ya sea mediante covers como el de Marley, o apareciendo en el nombre de artistas y temas con referencias al cine.
Más difícil todavía: la conexión entre reggae y country tuvo su punto álgido en la versión que hizo Bob Marley de un tema del texano Claude Grey.
Es el caso de dj’s como Clint Eastwood (sic) y Josey Wales, cuyos nombres rinden tributo al actor fetiche del género y a uno de sus personajes más célebres. Lo mismo ocurre con temas de artistas como Derek Harriot, The Crystalites, Clancy Eccles y, sobre todo, los Upsetters del gran Lee Perry, en cuyos títulos se menciona a iconos del western como la serie Bonanza, el forajido Django de Sergio Corbucci, y a actores como Lee Van Cleef o el propio Clint Eastwood, así como sus películas. Por último, resulta significativo que el personaje de Jimmy Cliff en The harder they come (1972) se inmortalice como un pistolero del Lejano Oeste en la sesión de fotos que sale en una escena del film.
Este nexo entre Jamaica y el western, entre el Caribe negro y la América blanca y rural puede sonar extraño, sobre todo teniendo en cuenta el sesgo racista que con frecuencia caracteriza al Sur, pero hay dos factores que ayudan a contextualizarlo.
El primero es la hegemonía de Estados Unidos desde principios del siglo XX, que ha convertido a su cultura en la dominante a nivel mundial. En un país anglosajón y cercano como Jamaica, este dominio es más evidente si cabe. La radio, el cine y la música actuaron como herramientas clave.
The Upsetters son el máximo exponente del vínculo entre western y country, ejerciendo una gran influencia sobre otras aproximaciones al tema.
En cuanto al segundo aspecto, tanto los jamaicanos como la América country son comunidades rurales y empobrecidas, subordinadas social y económicamente, por lo que en el fondo, sus vivencias serán similares. La música vertebra su identidad y conforma un registro oral que expresa sus preocupaciones y mitos, con frecuencia excluidos de la cultura hegemónica. Este carácter oral conecta muy bien con los cauces de transmisión cultural de la Jamaica de los 60, cuando lo autóctono y popular estaba mal visto y debía ser silenciado, exactamente igual que en la América blanca y profunda del Sur.
Así, no resulta extraño que en un contexto de dominio cultural de lo norteamericano, los jamaicanos se vean reflejados en los héroes del cine y las letras de esos granjeros blancos que hablan de desamor y desdicha. Después de todo, tan solo los diferencia el color de piel.