Hacía meses que el trailer de «Rudeboy: la historia de Trojan Records» venía cumpliendo su cometido, pues todos nos preguntábamos qué se escondía tras esos planos fugaces de rudies y artistas de reggae en los que se alternaban Jamaica y una Inglaterra con tonos grises. Como telón de fondo, los fotogramas con el naranja corporativo de Trojan ponían el foco sobre el protagonista: un sello que conectó ambas islas y cambió la historia de la música para siempre.
El anticipo nos sugería un filme de acción, con bandas, peligro y villanos que llegan a convertirse en héroes, o puede que fuese al revés. En cualquier caso, sería éste el género más adecuado para abordar la historia de una discográfica independiente, o aquello que se anunciaba era un documental novedoso?
Lo cierto es que el formato elegido por Trojan para contar su historia es todo un acierto, pues alterna las recreaciones históricas en modo película con testimonios desde el presente a cargo de algunas de las figuras vinculadas al sello, dando lugar a una producción a medio camino entre el cine y el documental clásico.
Las recreaciones son impecables, con una fotografía cuyo principal atractivo es el recurso al color para diferenciar ambientes y estados de ánimo, abundando los tonos cálidos en Jamaica y la gama de azules y grises en la lluviosa Inglaterra. Precisamente es aquí donde aparece la música como vínculo entre culturas, pues esa atmósfera depresiva gana color y temperatura gracias al reggae, al menos mientras retumban los altavoces. Toda una metáfora de los beneficios del mestizaje, idea central del film y de la propia Trojan, cuyo impacto cultural se debe en parte a esta causa.
El film alterna documental y recreaciones históricas con resultado espectacular. En la imagen, Duke Reid, cuyo sound system es el origen del nombre del sello Trojan.
Estas secuencias recrean fielmente la estética y hechos a los que alude el documental, formando un flashback onírico en el que las localizaciones y el parecido de los actores suponen un complemento perfecto para apoyar el relato de los verdaderos protagonistas, aquellos que vieron el nacimiento del reggae y del sello Trojan y nos los cuentan ante las cámaras.
Es justo aquí donde entra la artillería pesada, pues si bien las escenas de acción protagonizadas por rude boys funcionan como reclamo, el ingrediente base de todo documental es la información para explicar unos hechos, y aquí la traen de primera mano protagonistas como Derrick Morgan, Bunny Lee, Dandy Livingston, Roy Ellis, Toots Hibert o Marcia Griffiths. Puede que no siempre sean los más fidedignos en cuanto a rigor histórico, y que sus testimonios estén sujetos a los vaivenes del tiempo y el ego, pero su sola presencia lo justifica todo.
En este sentido, el clásico embrollo respecto a quien-inventó-qué se salda con un momento para el recuerdo a cargo de Derrick Morgan. Mientras que otros artistas como Toots Hibert se atribuyen sin duda la paternidad del término reggae, Morgan zanja el asunto con elegancia diciendo que él no entiende de eso, aunque «algunos dicen que lo inventé yo». Genio y figura que deja a la precisión en segundo plano.
Como contrapunto, el rigor analítico y el marco interpretativo lo ponen expertos como Don Letts, para el que la importancia de Trojan radica no solo en su carácter empresarial y artístico, sino en su papel de cara a la creación de una cultura que superase las barreras raciales.
Aquí el documental resulta valiente por su reivindicación del rol de los skinheads en la conformación de esta cultura mestiza en la Inglaterra de los 60 y 70, lo que es comprensible en un sello cuyo éxito se debe en gran parte a ellos, pero es algo que se agradece por lo que tiene de inusual.
Neville Staple y Roy Ellis, dos formas distintas de abordar el legado de Trojan.
Por último, la historia de Trojan no estaría completa si no se abordase desde el ámbito de la empresa, pues no en vano, la discográfica era ante todo un negocio, y su objetivo, ganar dinero. Si Lee Gopthal no hubiese creído en las posibilidades comerciales del reggae, Trojan no habría existido. El relato de su ascenso y caída tuvo connotaciones trágicas en lo personal, lo que induce a la reflexión sobre ese matrimonio mal avenido que une a cultura y dinero.
En cuanto a los puntos débiles, este documental tiene pocos. Quizás el más llamativo sea la ausencia de alusiones a figuras fundamentales en los inicios del reggae, como Prince Buster o Coxone Dodd, que ni siquiera son mencionados; o la minimización de Chris Blackwell, el sello Blue Beat, los años del rocksteady o de personajes que resultaron clave en la «jamaiquización» de Inglaterra, como DJ’s y propietarios de sound systems y tiendas de discos de Londres.
Sin embargo, conviene tener en cuenta que éste no es un documental sobre la historia del reggae o la cultura skinhead, sino sobre el sello Trojan y su papel en ambos procesos, así como en la conformación de una cultura mestiza y libre de prejuicios raciales, no solo en Inglaterra, sino a nivel mundial. Por ese motivo, la limitación cronológica resulta también comprensible, y la relativa brevedad del metraje, algo de agradecer. Al terminar la película, las ganas de más son buen síntoma.
En síntesis, «Rudeboy: la historia de Trojan Records» es un trabajo sobresaliente, imprescindible para los seguidores del tema y para aquellos que quieran aproximarse a él, aunque solo sea por ver a Lee Perry como si no pasaran los años.