El vínculo entre mods y café es más estrecho de lo aparente. Si toda expresión cultural necesita de un punto de encuentro, el de los mods primigenios fue el coffee bar, un nombre tan extendido que sus connotaciones se han enfriado.
En Inglaterra existen desde 1651, cuando un comerciante italiano llamado Pasqua Rossé introdujo en Oxford la moda que había visto en Esmirna (Imperio Otomano). Allí los turcos tomaban café a imitación de sus correligionarios árabes, quienes lo consumían desde principios del s.XV tras intercambios con Etiopía, considerada la cuna de esta bebida. De allí pasaría a Egipto, a los otomanos y finalmente a Europa, aunque otras crónicas hablan de precedentes en el ámbito medieval islámico y lo relacionan con el bunchon del que hablaba Avicena en el s.XI.
En cualquier caso, el café que hoy conocemos es un invento moderno, y su éxito en Inglaterra se debe al mencionado Rossé, que en 1652 abrió un segundo establecimiento en Londres. Como suele ocurrir con las modas, el exotismo (y el esnobismo) pudieron más que el sabor, por eso el brebaje desagradable y amargo que algunos equiparaban con tinta, hollín o cosas peores, acabó por triunfar entre los sibaritas del XVII.
Sus propiedades estimulantes soltaban la lengua y la sociabilidad, quizá demasiado para la autoridad competente, de ahí que cristianos y musulmanes lo persiguieran en un principio. Alegaban cuestiones satánicas e incumplimiento de leyes, aunque acabaron por aceptarlo por ser la antítesis del alcohol y su depravación asociada. También Carlos II cerró los cafés ingleses en 1676 porque su absolutismo no soportaba las críticas, pero volvió a permitirlos por la presión popular.
Los coffee shops ingleses fueron centros de intelectualidad y bohemia desde 1652. En las imágenes, dos locales de los siglos XVII y XIX.
A muchas mujeres tampoco les agradaba ese licor novedoso, abominable y pagano llamado café, por lo que en 1674 firmaron una petición para prohibir la bebida que había transformado a sus viriles y laboriosos hombres en vagos balbuceantes y afeminados. De nuevo el intento acabó en fracaso. Ni siquiera la intervención femenina acabó con los coffee bars, que se convirtieron en lugar de intercambio de cotilleos e ideas y en sinónimo de modernidad.
Dichas connotaciones se mantuvieron a través de los siglos, haciendo del coffee bar una alternativa más refinada que el pub. Por este motivo, cuando los jóvenes de mediados del s.XX quisieron desmarcarse de la Inglaterra grisácea y tradicional que les había tocado, miraron a los cafés.
Lo que vieron fue un escaparate a Estados Unidos y al estilo continental que marcaban Italia y Francia, con aire fresco importado y consumismo modesto al alcance de jóvenes proletarios que, en los años de crecimiento económico que siguieron a la posguerra, ansiaban el consumismo e identidades propias.
El auge contemporáneo de los coffee bar comenzó en 1949 cuando Lou y Caterina Polledri llevaron al Soho de Londres la cultura del espresso italiano, café instantáneo hecho a máquina que había inventado Achille Gaggia diez años antes. El Bar Italia, aún ubicado en 22 Firth Street, sirvió de ejemplo a otros como el 2i’s, cuna del rock londinense, o el Moka Bar, regentado por Gina Lollobrigida. Pronto atrajeron a adolescentes en busca de sitios donde socializar, ya que tenían vetada la entrada en los pubs que servían alcohol.
Los cafés londinenses de los 50 combinaban la tertulia con otras formas de ocio en las que la música jugaba un papel principal. En las imágenes, 2i’s, fundamental para la cultura rocker.
En cambio, en los cafés del Soho encontraban una bohemia accesible, pues no les prohibían la entrada por edad o cuestiones de clase, como ocurría en los clubs privados. A cambio de unos peniques, podían jugar a ser transgresores mientras echaban la tarde entera y la noche, pues muchos bares abrían 22 horas.
Fue justo esta tolerancia la que los convirtió en clientes poco atractivos, de los que ocupan y no hacen gasto, por lo que los dueños de los locales buscaron alternativas para aumentar la caja. Al poco tiempo, en los cafés se ofrecía comida y música. De las juke boxes de pago se pasó a las actuaciones en vivo y los bailes, que hicieron del coffee bar un nuevo templo para los jóvenes.
En él confluían la vieja bohemia de intelectuales y artistas con grupos de adolescentes en busca de la modernidad. La banda sonora era música americana, ya fuese el rock más sureño o el jazz moderno de Charlie Parker, tan diferente a los clásicos de Nueva Orleans como querían serlo los jóvenes londinenses respecto a sus padres. Querían romper con la moral victoriana, con el marcado clasismo que los lastraba, con la rutina de los trabajos de nueve a cinco, con un destino asociado a la oficina o la fábrica. A cambio querían mirar al mundo que había ahí fuera, en sitios como Estados Unidos, que idolatraban gracias al cine, o en Francia o Italia, que imaginaban más coloristas de lo que son; querían vestir como ellos y disfrutar de la música con la que se evadían los transgresores, esos artistas malditos a los que convirtieron en héroes gracias a sus tragedias y su marginación.
El Moka Bar contribuyó a difundir el estilo italiano entre los primeros mods. En la otra imagen, influencia teddy en unos clientes del bar Le Macabre.
Configuraron así un nuevo mundo exquisito alejado de la neblina de Londres, un escenario con modern jazz y cine de autor, con trajes cortados en los mejores sastres y vacaciones en la Riviera francesa, con arte contemporáneo en lugar de fútbol y con mujeres preciosas. Desde mediados de los 50, la juventud inglesa revivió el dandismo eduardiano y su transgresión, escenificando la ansiada vanguardia en locales del Soho en los que mezclaba la contracultura del XVII con los mass media y con el consumismo de la segunda mitad del XX.
El boom de esa juventud obrera de arte y ensayo empezó en locales como el Italia, el Moka o el 2i’s, donde en medio de café y referencias foráneas, nacieron los inventores de la modernidad inglesa.