En cierto modo, las subculturas tienen el punto de inevitable locura de aquel que nada a contracorriente. Suscitan la incomprensión y miradas furtivas que siempre acompañan al verso suelto, al que subvierte las normas y las desprecia. Ese es el precio a pagar. A cambio, conducen a un mundo nuevo con reglas alternativas y posibilidades para los no elegidos. Es una luz, no tanto al final del túnel sino precisamente durante él.
Esta revolución tan solo es posible si el universo al que se remite es pequeño. De otra manera, se reproducirían los mismos vicios del viejo mundo, la misma lucha entre la singularidad y la masa. No hay resultados tangibles sin exclusividad.
Son esas ganas de diferenciación las que conducen a la endogamia, a la custodia de las esencias, a la pureza guardada en frascos. Quizás el siguiente paso sea ya la locura, aunque no la de aquel que construye una realidad a medida, sino la del que se aleja de ella tal vez para siempre.
Cuando esa ruptura con el contexto ocurre, no hablamos de subculturas, sino de sectas, de grupos organizados bajo una dinámica estanca. Es el momento de desertar.
Un buen ejemplo de cómo las prácticas endogámicas y extremistas provocan el nacimiento de monstruos es lo ocurrido con el grupúsculo nipo-brasileño Shindo Renmei, una organización terrorista surgida en Brasil para que los japoneses instalados allí creyesen que su país había ganado la IIª Guerra Mundial. La mejor forma de conseguirlo era matar al que pensase que no era cierto. Sin más.

Tras esta historia rocambolesca y simplona en sus planteamientos se esconden los ingredientes propios de una película de presupuesto ínfimo: en 1942 un coronel japonés se instala en Brasil para que la comunidad nikkei boicotee la economía local y resista el racismo institucionalizado de su país de acogida. Sus esfuerzos serán de vital importancia, pues la IIª Guerra Mundial enfrenta a Brasil y Japón (entre otros) por el dominio del mundo.
Para llevar a cabo sus planes, el coronel Junji Kikawa, que así se llama el villano, se infiltra en una organización benéfica de japoneses católicos llamada “Pía”, pero al ver su carácter cauto frente a la adversidad, Kikawa rechaza poner la otra mejilla y funda Shindo Renmei1, una entidad imbuida en los valores del imperialismo castrense cuyo nombre, propio de un filme de serie Z, no solo merece pasar a la historia por su eufonía, sino por sonar aún más oriental en su traducción portuguesa que en el original nipón. En efecto, la “Liga do Caminho dos Súditos” augura aventuras descomunales.
Sin embargo, las tácticas de sabotaje contra Brasil y sus plantaciones de menta y seda (materia prima de nitroglicerina y paracaídas) no consiguieron desnivelar la guerra. Inexplicablemente, Japón perdió. Junji Kikawa y los suyos mataron gusanos sin compasión y habían dejado los cafetales como la estepa, pero su esfuerzo fue insuficiente. Espoleados por el picor de la capitulación, llevaron el plan a una nueva fase.
En 1945 Japón se había rendido, eso era cierto, pero en Brasil muchos japoneses no lo sabían. Movidos por una mezcla de cerrazón y rechazo correspondidos, la mayoría no hablaban el portugués, así que no estaban al tanto de las noticias. Para más inri, Getúlio Vargas, el dictador local, había instaurado un régimen de apartheid contra los japoneses al empezar la guerra, lo que incluía deportaciones, arrestos e incautación de coches y radios. La población nipona tampoco podía usar su idioma en público ni en medios de comunicación. Aislados del resto del mundo, en 1945 simplemente no se enteraron de que Japón había perdido. Es justo ahí donde entran en juego los miembros de Shindo Renmei.

Aprovechando la falta de espíritu crítico y transistores, hicieron creer a los japoneses que su país había ganado la guerra, una mentira enorme que requería de infraestructuras y fe.
El segundo ingrediente nunca faltaba entre los nipones, ya fuese por convicción o por miedo. El derrotismo era un pecado mortal entre su cultura, que por si fuera poco se consideraba mejor que el resto. Como los brasileños ante el Maracanazo, no contemplaban la opción de perder.
En cuanto a la infraestructura necesaria para convencer a los reticentes, se recurrió al servicio de los tokkotai, una suerte de samurais vengadores que dividió a sus paisanos en kachi-gumi, creyentes en la victoria, y make-gumi, los que sabían que no era cierto. Debido a los factores ya señalados (fe inquebrantable, temor, creencia en su superioridad), casi el 80% de japoneses creían que su país había ganado la guerra y que los lejanos ecos que hablaban de la victoria de Estados Unidos y de las bombas atómicas eran tan solo propaganda enemiga.
La mayoría de estos “creyentes” pertenecían al rango social más bajo, tratándose en muchos casos de obreros y peones agrícolas que escapaban de la miseria idealizando su propia cultura e idolatrando al Emperador, a quien atribuían un halo sagrado que lo hacía invencible. Acompañaban estas creencias del ideal pseudo-milenarista de un futuro mejor tras regresar a Japón, la Tierra Prometida a la que ansiaban volver en algún momento.
En cuanto a los make-gumi, sabían de sobra que su país había perdido la guerra porque vivían integrados en zonas urbanas donde ejercían profesiones liberales y bien pagadas, de modo que no necesitaban milongas para escapar de la realidad. Aunque eran blanco del racismo y la incomprensión de los brasileños, echaron mano de sus recursos para salir adelante sin refugiarse en grupos sectarios como las sociedades militaristas que propuganaban su superioridad racial o la observación estricta de su cultura evitando la integración. Precisamente esta actitud más abierta los convirtió en objetivo de los comandos de Shindo Renmei, que asesinaron a 23 compatriotas e hirieron a 147 en numerosas acciones en el período 1945-47.

Curiosamente, solo atacaban a japoneses a los que denominaban traidores o “corazones sucios”2, sin revolverse nunca contra las leyes e instituciones de un Brasil segregacionista que los discriminaba. En su lógica enrevesada de defensa de Japón y su raza, los propios japoneses se convirtieron en el enemigo a batir.
Llevados por la misma mentalidad servil de los kamikazes y de los samurais que practicaban el ritual del seppuku tras la muerte de su señor, los tokkotai de Shindo Renmei que mataban con fuego “amigo” a quien veía la realidad palmaria se entregaban después a las autoridades locales con una docilidad pasmosa. De nuevo su lógica enrevesada los inducía a volverse solo contra los suyos, un planteamiento mal enfocado que acabaría por eliminarlos del mapa antes incluso de lo que auguraban sus planes.
1-Otra versión más aceptada mantiene que el grupo Shindo Renmei fue fundado justo después de la derrota japonesa en la guerra, en algún momento del verano de 1945.
2-Hay un libro y una película sobre el tema con ese título, “Corações sujos” en el original portugués.