Puede que los nostálgicos tengan razón y las cosas no sean ya como antes, ni en el deporte ni en ningún lado. Cuesta encontrar a ídolos que opinen con libertad sobre un tema ajeno a su disciplina. Incluso en la suya se tapan la boca pensando en las cámaras que podrían ponerlos bajo los pies de los ofendidos por cosas intrascendentes como cagarse en la madre de un adversario. Lo que sucede en el campo ya no se queda ahí, sino en un limbo espinoso que pone en barbecho los argumentos hasta que sean necesarios para hacer daño.
En el pasado, sin la amenaza de la viralidad, los deportistas podían mojarse y hasta meter la pata, fumar después del partido y comer alubias un poco antes, vivir en definitiva como personas normales, de esas que al retirarse montaban un bar en su barrio porque la jubilación les quedaba lejos.
Es verdad que ya entonces era arriesgado hablar de política, aunque más por miedo a cerrarse puertas que por temor a la ofensa en abstracto, algo tan efectivo e irracional como temer al miedo en sí mismo (un arma de destrucción masiva).
Quizá por su corpulencia, puede que por errores de cálculo, lo cierto es que los boxeadores han roto bastantes veces el tabú de la incorrección política en su forma más literal.

Mohammed Ali es el más grande también en esto, y sus opiniones intempestivas sobre cualquier cuestión le dieron el sobrenombre de “Lip” (bocazas) antes de que él hiciese cerrar la suya a sus detractores y se convirtiese sencillamente en Ali. No tuvo problema en posicionarse en lo relativo a sexo, política o religión, rompiendo las reglas universales sobre conversaciones e imagen pública. Tampoco tenía problema en hablar de dinero, y por mucho que ahora las redes lo opongan a Floyd Mayweather como modelo de austeridad, sus fotos sobre montañas de dólares demuestran que de humildad nada.
Su magnetismo eclipsó a otros astros como Joe Frazier, contra el que usó la política como trash talking con el que amenizar la previa al combate, el del Siglo y los que vinieron detrás. Lo denigró llamándole vendido a los blancos porque los empresarios de Filadefia le dieron su apoyo con cierta lógica, y consiguió dividir América de forma injusta en dos bandos: los blancos que apoyaban a Frazier como un mal menor y la militancia negra que defendía a Ali por más que éste equiparaba la negritud de Joe con la de un gorila.
El vendaval retórico del charlatán de Louisville también azotó Inglaterra, donde se midió dos veces a un ídolo diferente. Henry Cooper era un tipo corriente en maneras y aspecto. De no haberse subido al ring podría haber sido bobby o vecino a secas, por eso sus compatriotias le llamaban Our ‘Enry, quizás el mote más cariñoso de cuantos ha habido.
Su gancho de izquierda (‘Enry’s ‘Ammer) y palmarés de nivel local no impresionaban a nadie en Estados Unidos, por eso lo propusieron como entremés para Ali antes de disputarle el título a Sonny Liston, un pegador terrible al que el mánager de Our ‘Enry había evitado diciendo que ni siquiera permitiría que su pupilo estuviese en la misma sala que el campeón.

El caso es que Cooper y Ali pelearon en Londres dos veces, primero en Wembley y luego en el estadio del Arsenal. Ganó Ali con solvencia en el 63 y el 66, aunque Cooper logró tumbarlo una vez. Fue su mayor gloria boxística junto a otra derrota frente al ex-campeón Floyd Patterson.
Pese a no ser un super-clase, o quizás justamente por eso, Henry Cooper representaba lo que era Inglaterra en su tiempo: una potencia de media tabla cuya mayor victoria consistía en codearse con los mejores.
Convertido en ídolo nacional, tuvo la valentía de posicionarse cuando el fascismo de grupos como el National Front o el British National Party inundaron las calles y gradas de los estadios, haciendo gala de una violencia inusual hasta para el baremo británico.
Con poco que demostrar y muchos apoyos en juego, Cooper fue una de las figuras públicas que, como Joe Strummer o Brian Clough, formó parte de la Anti-Nazi League, asociación de matriz laborista que promovió actividades como el concierto Rock Against Racism, con el que se buscaba contrarrestar la xenofobia e influencia política de personajes como Eric Clapton o Enoch Powell, que auguraban ríos de sangre debido a la inmigración.
Pese a su intención inequívoca, la Anti-Nazi League no fue aceptada por la izquierda más extremista, que en una jugada digna del Frente Popular de Judea1, criticó su carácter burgués y fundó la Anti-Fascist League, asociación que rechazaba el supuesto moderantismo de los primeros y su alianza junto a perfiles abiertamente conservadores como el de Henry Cooper, cuyo rechazo al fascismo no fue suficiente para convencer a una milicia curtida en cientos de batallas… internas.

En cualquier caso, el hombre que consiguió derribar a Ali ante un Wembley enloquecido y que obligó a su preparador a recurrir a una triquiñuela para vencerlo, luchó con la misma fuerza contra el fascismo que se asomó a Inglaterra a finales de los 70. En parte por él, la anomalía fascista hoy es residual en las islas. En parte por eso, al mejor boxeador inglés de los años dorados, en su país le llaman Our ‘Enry.
1-Ver escena de la película la “La vida de Brian” en la que se parodia la división izquierdista.