Pienso de vez en cuando que el mundo está pensado para llevar la contraria. Que todo tienda al desorden implica que la termodinámica es una puta de a cinco francos: si pido un café con hielo lo vuelve tibio, si tardo un poco me enfría la sopa. Un planteamiento implacable sin más lectura que la perversidad.
Podría alegarse que es una búsqueda del equilibrio, el aurea mediocritas que dijo Horacio, pero de alguna forma consigue que no bajemos la guardia ni para ir al super, por eso hay tontos por todos lados que ni siquiera saben hacer una cola en la frutería. Las cosas simples han dado paso a la ostentación y todos nos comportamos como si estuviésemos descorchando Don Perignon en un reservado. La ficción y el demonio están siempre en los otros.
Como reflejo de esta descomunal torsión de la realidad y sus mecanismos, el cine neorrealista italiano es quizás el mayor ejercicio que ha habido nunca sobre ficción. Respeta las leyes físicas de forma estricta, por eso los personajes andan a ras de suelo y no traspasan tabiques, pero todo lo demás no es real. Quizás por eso es apasionante. Nadie en el mundo habla de esa manera en medio de calles de andar por casa, con ocios plúmbeos como jugar al billar o, si nos ponemos en plan deportivo, jugar al fútbol en vez de a la brisca.
De no ser por esos tratos ajenos a cualquier parecido con lo que pasa, sería imposible leer en la prensa entrevistas con Pavinato, todo un capitán del Bolonia, hablando un tanto apurado sobre sexualidad. Eran los años de la posguerra, ya saben, ese período largo que va desde siempre hasta esa falsa sensación de seguridad que nos mintió a casi todos.
Incluso un católico bienpensante criado en la Emilia-Romagna como el capitán Pavinato, dicho así para impresionar, acaba por transmitir sin quererlo un mensaje equívoco, pues sus respuestas (estas sí, de verdad) encajarían perfectamente en un sainete sobre pilluelos y vividores de la periferia romana o de cualquier gran ciudad. A lo mejor se debe a que su autor es un calciatore raso, que en italiano suena de perlas y nos dispara la fantasía hasta llegar a la estratosfera, nada que ver con esas estrellas tenues que además ejercían de electricistas o carniceros con muy buen criterio, pues la jubilación llegaba pronto en la élite y entonces la realidad se estilaba más.
Creo sin duda alguna que este posibilismo mágico es la receta definitiva. Por más que esos filmes remitan a mundos destartalados, de alguna forma se las arreglan para hechizarnos sin entender nada, ya sea por medio de los canallas que los habitan y merodean sobreviviendo a costa todo o de sus rutinas sin esperanza ni deus ex machina. No hay solución a la vista ni diferencia entre esas tramas y los desnudos de Ornella Mutti; también ellos reflejan anhelos y realidades que se entrelazan según su libre albedrío. Si todo fuese tan simple como poner lechugas en un bancal, quizás tendríamos menos dificultades para orientarnos entre tamañas vicisitudes, pero sin duda todo sería mucho más aburrido. Mejor recrear un embrollo y decir “así es como funciona Nápoles!”
Es una forma artística de despejar incógnitas en medio de tanto algoritmo, otro embrollo que antes nos remitía al colegio pero que se ha encumbrado hasta la omnipresencia. Los números nos dan una falsa seguridad y estimulan las profecías pese a que aciertan solo de vez en cuando. De haberlo hecho siempre, estaríamos ya en el mundo de futurismo retro y avances mecánicos que imaginaban nuestros antepasados del XIX, nada que ver con la acidez orwelliana y el mundo líquido, o lo que quiera que signifique eso.
En medio de tanta incógnita, resulta muy tentador imaginar un mundo sobre raíles o totalmente disparatado, reacciones opuestas a un mismo lío y que podrían traducirse como romper la baraja. No os hagáis cruces, las cosas no son tan simples. De nada vale patalear. Lo más sensato es desabrocharse el cinturón al menos un agujero y poner los pies sobre el asiento de enfrente. Seguro que acuden en tromba las ingeniosas respuestas que habíamos descartado con anterioridad y nos saludan con su belleza de viento fresco y cara lavada. Puede que no se parezcan mucho a lo que realmente ocurrió, pero hasta Pavinato sonó a arquetipo del neorrealismo italiano cuando le preguntaron por su sexualidad.