Me lo imagino en la carlinga de un chato1 gritando “Apúntale al cerebelo!” para infundirse ánimo, y después disparando una ráfaga larga que hiciese trizas la chapa de un Dornier sobre la Sierra de Guadarrama. Arriba y abajo se dirimía un partido duro, una final agónica en la que iban palmando frente a la Adversidad, escrita con letras grandes porque afectaba al mundo, incluidos aquellos que, como Boško Petrović, venían desde tan lejos.
Él, desde Yugoslavia, un reino extraño para la España de entonces, en la que el extranjero se reducía a rivales de los que no fiarse: Francia, Inglaterra, la inmensa Rusia; o vecinos menores con malas pulgas (traían mal fario Marruecos y Portugal).
De haberlo sabido unos años antes, él mismo alucinaría. Božidar Petrović había nacido en Serbia en 1911, en un pueblo a medio camino entre Bulgaria y Kosovo, un sur agreste hasta para ellos mismos, y todavía hoy. Cuando querían medrar, debían viajar a Belgrado, la capital de un Estado nuevo al que a veces se discutía con saña.
Allí, Boško estudió Derecho porque tocaba, aunque sin descuidar otros intereses como el compromiso político, el fútbol o la aviación. Demostró lo primero afiliándose al Partido Comunista en la clandestinidad, un hecho que marcaría su vida definitivamente. En los años tensos del período de Entreguerras, el activismo era un valor al alza.
Tras graduarse, se enroló en la Real Fuerza Aérea de Yugoslavia, por lo que fue enviado como cadete al 1er Regimiento de Novi Sad, una ciudad norteña con aire centroeuropeo en la que decidió no ejercer el Derecho y retomó su pasión por el fútbol.
En 1932 fichó por el FC Vojvodina, fundado años antes por estudiantes con reivindicaciones políticas que habían copiado para su equipo los colores y emblemas del Slavia de Praga, el club de los intelectuales de una ciudad que entonces servía de referente en buena parte de Europa.
Petrovic con la camiseta de la Vojvodina en los años 30
En sus dos años de rojiblanco, Petrović ganó campeonatos locales y llamó la atención en Belgrado, cuyos grandes equipos se interesaron por él. Primero, el SK Jugoslavija, predecesor del Estrella Roja, del que heredó el estadio, colores, símbolos y parte de la plantilla. Los crveni (rojos), así llamados por el color de su camiseta, llevaban casi diez años sin ganar nada, y pese a las actuaciones de Petrović, siguieron sin conseguirlo. Al menos Boško pudo ser convocado en diciembre del 34 para jugar contra Francia un partido de selecciones. Aunque ganaron 3-2 los de casa, Boško fue ovacionado cuando lo cambiaron en la segunda parte. Pronto regresaría a París.
Mientras tanto, dejó el SK Jugoslavija y fichó por el eterno rival, un BSK que dominaba la liga con claridad. Al igual que los crveni (rojos), también los plavi (azules) serían disueltos tras la Segunda Guerra Mundial, acusados por Tito de colaboracionismo. En su caso, el BSK sirvió como base para el actual OFK de Belgrado, tercer equipo de la ciudad por historia y títulos. A finales de los 50 llegarían a practicar un fútbol ofensivo y vistoso, predecesor del jogo bonito, que les valdría el apodo de Romantičari, un vínculo casual y fantástico con Boško Petrović.
Boško siguió volando mientras jugaba, cumpliendo dos sueños inalcanzables para la mayoría: ser futbolista y piloto de caza. Logró lo segundo en abril de 1936 al graduarse como oficial, pero como suele ocurrir cuando se cumplen dos vocaciones a un nivel alto, llegó un momento en el que tuvo que decantarse. Aprovechando un viaje a París para jugar la pretemporada con el BSK, Petrović optó por quedarse. Quería mejorar su formación aeronáutica y colgó las botas con 25 años.
Fue entonces cuando llegaron noticias de la vecina España: en julio del 36, un grupo de militares filofascistas se sublevaba contra el Gobierno de la República. Haciendo gala del compromiso al que aludíamos antes, Božidar Petrović se presentó voluntario para luchar contra ellos.
Estaba en el lugar adecuado: en París, el escritor André Malraux y Josip Broz, “Tito”, futuro líder de la Yugoslavia marxista, organizaron la lucha a favor de la causa republicana. Malraux tiró de contactos en la Fuerza Aérea francesa para formar la llamada “Escuadrilla España”, aquí conocida por el nombre de su promotor. En cuanto a Tito, dirigía la sección local de la Internacional Comunista, cuya estructura le permitió reclutar voluntarios de todo el mundo para enrolarse en la fuerza que se conocería como Brigadas Internacionales. El origen de Tito hizo que, pese a la distancia cultural y geográfica, decenas de yugoslavos se alistaran para combatir al fascismo en España. Boško Petrović era uno de ellos.
Cruzó la frontera con un pasaporte falso en el que decía llamarse Fernández García2, un nombre neutro de espía malo, pero asequible para la población local. Se dirigió a Albacete con un compatriota llamado Dudić, y la Escuadrilla Malraux los destinó a Manises, donde el avión de ambos fue derribado en febrero del 37.
Fotos de Petrovic como aviador de la «Escuadrilla Malraux» de las Brigadas Internacionales
Tras una corta convalecencia en la que supo de la muerte de su paisano, Petrović volvió a los mandos de un bombardero, pero él quería jugar al ataque. Pidió integrarse en un escuadrón de caza y, tras aprender a pilotar chatos en Cartagena, fue transferido a Madrid. Allí el bando Republicano había iniciado una ofensiva para romper el cerco sobre la capital y de paso aliviar la presión sobre el Frente Norte, donde la Legión Cóndor estaba arrasando un territorio aislado del resto de la República. Gernika fue el episodio más célebre de este teatro de operaciones.
Sin embargo, dicha ofensiva no consiguió su objetivo. La también célebre Batalla de Brunete terminó en tablas y no impidió la caída del Norte, lo que supuso una herida mortal para el Gobierno legítimo.
En cuanto a Boško Petrović, su destino fue paralelo al de la causa que defendió. Destacó como as de guerra al anotarse entre cinco y siete derribos, entre ellos el del primer Messerschmitt Bf-1093, el Bettle de los aviones nazis. Sin embargo, acabaría siendo abatido el 12 de julio de 1937 cuando volaba sobre Villanueva de la Cañada.
Su hermano Dobre, que llegaba ese mismo día a Madrid, fue recibido con la noticia de su fallecimiento. En un nuevo acto de compromiso y justicia poética, pidió ocupar su puesto en la misma escuadrilla, con la que siguió luchando hasta el momento de su disolución.
Años después, los compatriotas brigadistas de Boško en la guerra peninsular lucharon de nuevo contra el fascismo en su tierra. Dos grandes calles lo conmemoran en Nuevo Belgrado, el área urbana desarrollada al otro lado del río Sava tras la Segunda Guerra Mundial. Allí, el Beograd Arena, escenario imponente de gestas del baloncesto, está aún hoy flanqueado por la avenida de la Lucha Antifascista y la de los Combatientes de España.
Algunos de ellos acabarían fundando un equipo de fútbol al que pusieron el nombre de los que lucharon contra los nazis. En su estadio, el Partizan de Belgrado recuerda con una placa la vida de Boško Petrović, el abogado, futbolista y piloto que lo dejó todo para luchar por lo que creía en Villanueva de la Cañada.
Obituario de «Fernandes Garsija» en la prensa yugoslava. El titular dice «Se fue sin derrota»
1Apodo por el que era conocido el Polikarpov I-15, uno de los principales cazas del bando republicano durante la Guerra Civil
2En otras fuentes figura como Fernando García
3Se disputa este honor con otro brigadista, un piloto estadounidense llamado Frank Tinker, de biografía también sugerente.