Siempre he pensado que viajar no es para tanto, así que a veces el fútbol me sirve de excusa para ir a sitios donde no se me pierde nada. Teniendo en cuenta que lo que importa en cualquier deporte es lo que lo rodea, un partido con gran impacto social es una ocasión magnífica de descubrir un país y a sus habitantes, un hilo del que tirar que implica no solo a la masa amorfa y desdibujada, sino a cada individuo, que suele mostrarse más accesible si usas el fútbol como salvoconducto. De otra manera, jamás hubiese ido yo a Rumanía, no por prejuicio o rechazo alguno, sino porque no me atrae lo suficiente. Sin más.
En cambio, aprovechando que Bucarest queda cerca de Serbia (por qué vivo aquí es otra historia y carece de explicación racional), me decidí a visitarlo. Influyó también la casualidad: sabiendo que en breve se jugaría el Partizán-Estrella Roja en Belgrado, miré en internet si próximamente había otros derbis en los países vecinos. Para mi sorpresa había unos cuantos, el primero de ellos en Rumanía, y como el que hace un cesto hace un ciento, me decidí a ir a todos. Este es el origen de una serie de reportajes sobre partidos de rivalidad máxima en Europa del Este. Primer capítulo: Bucarest.
Llegué a la ciudad sin expectativas ni conocimiento alguno, que es como creo que debe uno ir a los sitios que no forman parte de su universo mental. Lo de empaparse unos días antes en un atracón inmenso me recuerda a los exámenes del colegio: la efectividad de esa forma de estudio la conocemos todos, así que solo miré qué tiempo iba a hacer. Septiembre es un mes cojonudo para viajar. Todavía hace bueno, pero sin estridencias. Se agradece pasear en bermudas y que todo quepa en una mochila pequeña, y aunque no es lo más importante, seguro que disfruté más así que bajo cero o con nieve en el mes de enero.
Bucarest me pareció un lugar agradable. Una ciudad amplia, segura, tranquila, ordenada, más limpia y cuidada de lo que esperaba, con avenidas enormes que confluían en plazas que podrían ser cada una de ellas la principal; un leve aire centroeuropeo con toques de arquitectura francesa (acaso alguna ciudad no los tiene?) y un parecido remoto a Madrid en algunas zonas. Si alguno va con prejuicios y espera subdesarrollo y gitanos robando cobre, que espere sentado. Aunque hay de todo en botica, y más en la capital, probablemente haya más de eso en su propia ciudad que en este sitio tan majo.
Tampoco es destino para los pajilleros de la arquitectura totalitaria o los que reducen el comunismo a la liturgia de la arquitectura social y los monumentos de estética heroica. Atendiendo a cuestiones puramente urbanísticas, nadie diría que Rumanía fue comunista (si es que lo fue algún día). Excepción hecha del faraónico Parlamento que constituye su icono más fotografiado, nada recuerda a Ceaucescu o el socialismo, y ni siquiera el mastodóntico «edificio civil más grande del mundo» parece obra del Conducator, sino más bien de algún liberalón con patillas del XIX. No desentona, es bonito y no se pasa de faraónico (sic). Suficiente para un derroche arquitectónico a la altura del Escorial.
El Parlamento es la principal atracción turística de Bucarest. Es el edificio más grande del mundo después del Pentágono.
Un último par de apuntes sobre la ciudad: es totalmente plana y bastante grande. No es Estambul o Los Ángeles, pero las distancias son largas. Comparado con Belgrado hay una diferencia notable, por lo que al final del día acababa haciendo kilómetros como un peregrino. Y yo encantado.
Valoración global? Muy positiva pero…
Como decía Eduardo Sacheri, «pero» es la palabra más puta, porque dinamita todo lo que venía antes. Bucarest me gustó y, aún sin ser una ciudad monumental o turística, me pareció agradable y sin grandes defectos, pero no me cautivó. Sería terrible que todos los sitios que visitamos lo hiciesen.
Pero vayamos al lío: había ido a ver un partido, y si hablamos de Rumanía, el derby por excelencia es el Steaua-Dinamo en Bucarest. Para los profanos, y creo que en esto todos lo somos, el fútbol rumano se reduce al Steaua, la Copa de Europa en Sevilla y a Hagi y sus compatriotas que han jugado en España. No es que haya mucha más chicha para los que no somos de allí, pero algunas cosas son totalmente distintas a como esperaba.
Primero, Bucarest no es una one club city. Vale que el Steaua es el club más conocido con claridad, pero a nivel de títulos, la diferencia con el Dinamo no es muy grande. Valentin Ceaucescu, hijo del mandamás, hizo lo que pudo por desnivelar el asunto, pero el Dinamo también tenía padrinos en las altas esferas. Con todo, la edad dorada y la fama internacional del club en los años 80 quizá tengan un poco que ver con los favores de su padrino.
En cuanto a aficionados, la cosa está más igualada en la capital, pero en la diáspora y a nivel nacional, el Steaua se impone sin duda, superando al Dinamo y al resto de clubes juntos, ya sea en Bucarest con el Rapid, o en otras ciudades como Timisoara o Cluj-Napoca.
Como la mayoría de equipos, el Steaua y el Dinamo fueron fundados tras la IIª Guerra Mundial por el régimen comunista siguiendo el modelo soviético (la ruptura de la relación feudo-vasallática respecto a la URSS no llegaría hasta 1964). Según dicho modelo, los clubes representaban a diferentes instituciones o colectivos. El Steaua copió al CSKA de Moscú y nació como equipo vinculado al Ejército, mientras que el Dinamo, con nombre de inspiración evidente, era el equipo del Ministerio del Interior, lo cual nos hace ver que tampoco eran mancos.
Este vínculo del Steaua con el Ejército nos lleva al punto más sorprendente y polémico: a día de hoy, el nombre y legado del Steaua de Bucarest se divide entre dos clubes distintos. Como en esos cómics de superhéroes donde conviven un protagonista bueno y su spin-off diabólico, hay dos equipos que dicen ser el Steaua, los dos tienen razones y ambos han convencido a una cantidad significativa de aficionados, por lo que no está claro quién es Spiderman y quién es Venom.
La esquizofrenia empieza en 1998, cuando el Steaua es privatizado, rompe su vínculo con el Ejército y pasa a ser controlado por un empresario que en 2003 lo lleva a la bancarrota. Para evitar su desaparición, el club es vendido a George Becali, un Jesús Gil local que lo salva a cambio de hacer de él su cortijo y manejarlo hasta hoy por medio de testaferros.
Ni a los militares ni a muchos aficionados les hizo gracia poner la historia del Steaua en manos de un reconocido fascista, homófobo y empresario corrupto, por lo que iniciaron una ofensiva legal para evitarlo. Tras años de lucha en los tribunales, en 2014 la justicia rumana dictaminó que el club propiedad de George Becali, en ese momento en la cárcel, no tenía derecho a usar el nombre y emblemas del Steaua de Bucarest. Desde entonces pasó a ser conocido con el acrónimo FCSB (un nombre que parece sacado de una rabieta de Alfredo Urdaci) y se adoptó un nuevo escudo (ahora entiendo por qué no me sonaba de nada cuando lo vi al buscar información sobre el derby).
Para cerrar el círculo, en 2017 el Ejército fundó un nuevo club, recuperando el nombre de Steaua y proyectando un nuevo estadio para sustituir al viejo Ghencea, ubicado en el barrio y recinto donde éste había crecido. Aunque empezaron en 4ª División, su ascenso fue meteórico y hoy juegan ya en la Liga 2 en un moderno estadio inaugurado hace meses.
Interior del Stadionul Ghencea (Steaua) y Arena Nationala (FCSB), dos estadios bonitos y cómodos, no solo para ver el partido, sino a efectos de ambiente en las gradas.
Por último, y para complicar más las cosas, pese al veredicto de la justicia respecto al nombre y los símbolos, tanto la UEFA como la Liga rumana reconocen al FCSB como heredero del palmarés del Steaua, por lo que, oficialmente, es este club el que posee toda la retahíla de ligas y la famosa Copa de Europa de 1986, la de los penaltis contra el Barcelona.
En cuanto a los aficionados, la cosa también está dividida. Resumiendo mucho, la mayoría optaron por la opción más cómoda y apoyaron al FCSB. Siempre es más fácil ser del equipo que juega en Primera y competición europea, del que se queda con el palmarés como herencia y del que lo hace en el estadio más grande, que empezar casi de cero jugando contra equipos con campos de tierra. Si el precio a pagar es cambiar de nombre o tener como dueño a un tipo que prohíbe el «We are the champions» porque el que lo canta era homosexual, bienvenido sea. El éxito bien vale un cambio de siglas.
Respecto al Steaua, a su favor se encuentran el nombre, jugar en el barrio de toda la vida (Ghencea) y el apoyo de la mayor parte de los ultras. En tiempos de fútbol moderno y descafeinado, el pedigree que da la autenticidad es un factor a tener en cuenta, y nunca viene mal el romanticismo.
Con estos antecedentes, y yendo al partido en sí, me di cuenta de que ver un clásico con todas la letras era imposible. Lo que yo iba a ver era un clásico con todas las siglas: FCSB-Dinamo. Cada cual que saque sus conclusiones.
Yo por mi parte, no tengo una posición clara. Es muy fácil apelar al romanticismo y tomar partido por el Steaua, acusando al FCSB de ser un equipo de plástico, pero siendo objetivos, el único motivo que explica el cambio de nombre es la presión del Ejército por recuperar algo que ya no era suyo, y que dejó de serlo de forma legal; siendo posible además bajo una legalidad que ellos mismos contribuyeron decisivamente a crear. No suelo fiarme de las motivaciones de las instituciones poderosas, y aún menos de los ejércitos. Tal como yo lo veo, el pulso entre los militares rumanos y el FCSB es una disputa entre élites. En esas circunstancias, no me interesa el resultado. Si a eso añadimos mi inexistente implicación emocional con lo sucedido y con el entorno, la conclusión está clara: iría al estadio tan solo a ver qué pasaba en la grada. No tomaría partido esta vez.
El desarrollo del derby fue acorde con la ciudad: un escenario magnífico, buen ambiente, coreografías simples pero coloristas y tifo vocal potenciado por un estadio con buena acústica. El Arena Nationala no se llenó, pero casi. Me situé en el fondo norte, espacio ocupado por Peluza Nord (Grada Norte), los ultras locales. Media de edad baja salvo entre los dirigentes, que coordinaban el tifo y los cánticos. Se apreciaba la existencia de diferentes subgrupos con pancartas y estandartes propios, algunos entraron conjuntamente poco antes del inicio del partido, aumentando la intensidad de los cánticos con su presencia. Predominio de estética casual mezclada con estilo del Este y camisetas del grupo, hegemonía absoluta del color negro, incluidas bermudas y pantalones. Banderas de estilo italiano en ambos fondos (local y visitante) durante todo el partido. La que ocupaba el centro en la grada del FCSB ponía «SKINS» con letras negras sobre fondo con los colores del club, aunque no vi a gente con estética claramente skinhead. Buen nivel de animación durante todo el partido, ayudado en el caso local por el abultado resultado a favor. Cánticos sencillos y cortos, un poco repetitivo el de Dinamo kurac (puta Dinamo/fuck Dinamo. Kurac es en serbio, no sé como se dice en rumano, pero suena muy parecido. Lo repetían constantemente).
El tifo desde dentro y vista general de la grada norte, donde se ubican los grupos de animación locales.
La valoración general a nivel grada fue aceptable. Teniendo en cuenta los antecedentes, me esperaba unos ultras más de juguete, tipo grada de animación fomentada por el club, pero había hooligans reales, gente aparentemente dura y buen nivel de animación. Aún así, considero que están un escalón por debajo de grupos más punteros, sobre todo en el contexto de Europa del Este, y también comparándolos con Italia, Inglaterra o Alemania. Diría que el nivel es similar al de ciertas gradas de España, pues, a diferencia de países como Serbia y muchos otros, los ultras están lejos de hacer y deshacer a su antojo. Resumiendo: bien, pero sin destacar especialmente en nada y lejos de los puestos de Champions.
En cuanto al partido, aquí no leeréis nada sobre goles, planteamientos o posición en la tabla o las eliminatorias. Por si le interesa a alguien, el FCSB ganó 6-0, aunque de eso me enteré después y no sé cómo afecta a la clasificación. No es un desprecio hacia el fútbol rumano, simplemente creo que en el fútbol, los resultados son lo de menos.
Y además, a mí no me gusta el fútbol.