El día que Velibor Vasovic cambió el Partizan por el eterno rival, seguro que un cuchicheo corrió en Belgrado como una onda expansiva. Es el verano de 1963 y la prensa no ofrece grandes noticias. Mientras tanto, la redacción de deportes está que echa humo. Le toca dejar a un lado los topicazos y ofrece a cambio una bomba que excede lo deportivo. Tanto, que un oficial del Ejército yugoslavo se erigirá en defensor del honor de su equipo mandando una carta de puño y letra al zaguero tránsfuga, amenazando con dispararle en algún partido con su rifle de francotirador. Para hacer la oferta creíble, añade al escrito su nombre completo, número de teléfono y dirección.
Hoy esto nos suena increíble. Los militares no avisarían, los jóvenes siguen la Premier League y los periódicos sacan columnas breves en páginas interiores incluso a pocos días de un derby. En Serbia, como otras ligas menores, la globalización se ha comido la dimensión pasional del fútbol.
Quizá por eso ya muchos equipos no son emblema de colectividades o ideologías concretas. Se han convertido en los Stones o en los Beatles, iconos gigantes con la vitola de mitos, pero a punto de ser reemplazados por su pasado y el individualismo.
Puede que sea el motivo de que el Veciti Derby, el «Derby Eterno» de la ciudad de Belgrado, suene hoy un poco más rimbombante que antes, como esos lemas de anuncios del otro siglo que nos provocan nostalgia y hasta ternura, pero ya no más ganas de comprar nada.
Belgrado desde lo alto del fondo sur del JNA
Entre eso y las noticias que últimamente van de la mano de los aficionados más radicales del Partizan, la atmósfera se ha enrarecido y los estadios se van vaciando. Aquí no es extraño que una final de Copa se quede con las tribunas a media asta incluso implicando a los equipos más grandes, así que los derbys locales tampoco suponen un aliciente mayúsculo. No me sorprendería que los lectores de los periódicos sensacionalistas buscasen con más ahínco el relato de los asesinatos de Veljko Belivuk, el monstruoso jefe de los hooligans partisanos, que el último resultado o la clasificación del equipo. Sin duda resulta más atractivo el relato prolijo en detalles de sus andanzas, a medio camino entre un vídeo de cárteles mexicanos y la escena del empalamiento otomano en el clásico de Ivo Andric, que las historias de siempre sobre partidos muy defensivos y escasas jugadas de ataque.
En fin, supongo que el juego en sí nunca ha importado a nadie más allá de los resultados, aunque hablar de penaltis y esquemas tácticos es una buena forma de hablar de todo y no decir nada, como opinar del tiempo o rajar de los políticos en abstracto. Cumple como engrasante social. Buscar más lecturas sería terrible, y así nos lo han demostrado las redes sociales y su escrutinio absoluto sobre casi todo.
Y bajando por fin el balón al suelo, el partido de ayer entre el Partizan y el Estrella Roja tuvo un poco de todo esto. El JNA volvió a no llenarse, con el agravante esta vez de que los presentes fueron menos ruidosos de lo normal. Había más nerviosismo que ambiente de grandes citas, más sensación de rutina que de que fuese a pasar algo grande.
Sector ocupado por los distintos grupos de Grobari a una hora del comienzo del partido
Los hinchas locales cantaron a sotto voce, cambiaron las grandes letras por gritos cortos, repetitivos, y escatimaron hasta en pancartas y tifos. La pirotecnia fue escasa y por no haber, ni había diseños tan increíbles como otras veces en las banderas, que eran escasas también en número. Solo había de más en lo tocante a speakers: hasta tres coordinaban los gritos sin coordinarse (alguna vez) entre ellos, un fiel reflejo de lo que ocurre en el Sur de Humska con su atomización constante desde hace más de una década.
Pero las alegrías y penas van casi siempre por barrios, y la afición del Estrella Roja también escenificó su situación actual con una función memorable. Plasmó su rol de equipo mayoritario y grada unitaria con un mosaico impactante por su dificultad y diseño (escudos del club y del grupo cruzados), bengalas a mares y tifo vocal como corresponde. Ayer nos ganaron, y eso pesa más que lo que ocurra en el campo. Para la próxima, toca evitar que pase.
En cuanto al partido, un gol visitante acabando supuso el empate. El 1-1 aumentó el mal sabor de boca por lo vivido en la grada y la sensación de que este año también va a costar, pese a que todo venía de cara.
Da igual: puede que el mundo y el fútbol estén cambiando (acaso no lo han hecho antes?), pero lo que aún queda en sitios como Belgrado es suficiente para hacer que merezca la pena.