Ya se sabe, en estos tiempos de realidad aumentada, la imagen que proyectamos lo es todo. Hasta el mediocre más monocromo se ha convertido en un departamento de branding y a sus miserias en un producto. Con el reclamo justo, estamos dispuestos a consumir lo que sea.
Algo así le ha ocurrido a la división de bronce del fútbol de Europa, a la tercera categoría continental, ese nivel en el que coinciden ciudades raras, países pequeños, equipos de 0-0 y grandes clubes venidos a menos. Es una cita a ciegas a la desesperada para los excluidos, como esas aplicaciones de ligoteo que no convencen a nadie, pero conectan a los descartes de medio mundo en busca de su minuto de gloria. En medio de todo eso surgen las dudas de si merece la pena, casi a sabiendas de que la respuesta es «no», pero se intenta de todos modos.
Eso en el fondo es la Conference League, ese torneo donde se participa mirando al rival por encima del hombro, como si fuese indigno por no tener un gran nombre, pero que puede ser parada intermedia en busca de presas mayores. Quizás sea una metáfora de la vida, que es tragar sapos y aburrimiento a la espera de algo mejor, en este mundo o en otro.
Y qué mejor que endulzar el mensaje para que llegue: aquí está el acierto de esta competición. Cuando hace años se decidió que también los equipos pequeños tenían derecho a aspirar a algo, salió del horno un torneo amplio y le pusieron de nombre Intertoto. No emocionó. Sonaba a sorteo de lotería para neuróticos, a aplicación de náufragos de emociones o a agencia matrimonial, que es lo que había antes de que se generalizara lo otro. Con ese nombre no ilusionaba participar, y en el mejor de los casos, ganarla no daba ganas de sacar pecho ni de exponer el trofeo en una vitrina. De hecho, el mayor trofeo era jugar la UEFA, una competición a la que se llegaba por la puerta de atrás con el afán secreto de intentar ocultarlo, al igual que hacen ciertas parejas que se conocen gracias a las aplicaciones o las agencias de las que hablábamos antes.
Conscientes de eso y de que la imagen los es todo como decíamos al principio, los directivos de ese negocio que es el deporte tiraron de branding y le dieron al tema un lavado de cara. Con otro nombre, un nuevo logo y un buen trofeo podrían obrar milagros, y eso es exactamente lo que ocurrió. El menú del día servido en otra vajilla suena más elegante y parece sabroso.
Ese contexto es el que explica el cruce entre Partizán de Belgrado y Sparta de Praga, una eliminatoria de evocación añeja y aroma austrohúngaro, lejos de ser un clásico pero con cierto aroma continental, como si la influencia no tan lejana de la Bohemia en el marco de los Balcanes se hubiese alargado hasta el presente siglo, del que ya hemos gastado sin darnos cuenta un par de decenios y pico.
Quedan muy lejos aquellos años en que los serbios como Nikola Tesla se iban a Praga a estudiar, o cuando equipos como la Vojvodina le copiaban hasta los símbolos al otro equipo de Praga, el Slavia, el club de los intelectuales que justificaban dicha influencia sobre los provincianos.
El caso es que la eliminatoria me pareció una buena excusa para visitar Praga, a la que no hubiese ido de otra manera, pues se me antoja un destino arruinado a priori por el turismo, enfocado hacia una belleza cursi de fin de semana. Después refrendé esa idea, no sé si porque es así o por pura confirmación de prejuicios. Allí el Partizán ganó 0-1 y eso fue lo mejor de todo.
En el partido de vuelta, el branding que mencionamos surtió su efecto. Había ambiente de gala en Humska, con pirotecnia (literalmente) a modo de tifo y el speaker del campo dando la bienvenida a los visitantes en un inglés a la altura de Mr. Marshall. Estoy seguro de que nada de esto sería posible si la competición aún se llamase Intertoto. Entonces quizá se maldecirían esos partidos entre semana que desconcentran y gastan fuerzas para ganar la Liga, una disparidad parecida a la que demostramos riendo un chiste o no dependiendo de quién lo cuente y no de la gracia.
Al final el Partizan ganó 2-1 y pasamos a la siguiente ronda. Billete comprado para seguir soñando, a ver si nos toca la lotería o al menos podemos volver a vestir de domingo y ver los fuegos artificiales.