Es cierto que los domingos y los festivos son aburridos. A veces los maldecimos después de esperarlos tanto, como probando que la felicidad reside en la antesala de la felicidad, valiente excusa administrativa para dejarnos a medias después de montarnos nuestras películas.
En cualquier caso, todo depende del tipo de vida y los recursos de cada uno; también del sitio en donde se está. Si hay buen bullicio, las penas pasan más desapercibidas por mucho lunes que asome al final del túnel, que es lo que me atraía de Lavapiés mientras fui vecino: allí no hay domingo ni 15 de Agosto que valga. Por otra parte, si estamos en cualquier sitio que no sea una ciudad que no duerme, toca aguantar el ambiente plomizo de vez en cuando, y eso sucede con cierta frecuencia en Belgrado, aunque mis circunstancias tan peculiares hacen que me de igual.
Lo cierto es que en esta ciudad los domingos se presentan inexorablemente a su cita, aunque con duración variable: a veces son las 24 horas habituales, pero otras se extienden inexplicablemente hasta las 28, las 29 o incluso las 36 horas, no necesariamente en forma de cifras redondas o de potencia de 12. Para más inri, algunas semanas hay dos y hasta tres domingos seguidos en forma de días a medio gas donde los policías dormitan en las garitas frente a las embajadas, haciendo que los fusiles que empuñan les peguen tanto como una nariz de payaso.
Si a la existencia cíclica de esos domingos inevitables y prolongados con arbitrariedad le unimos algún festivo o la llegada de la Semana Santa, el resultado es un sopor que se prolonga como el viaje a Marte que tanto disuade a posibles pioneros galácticos.
Ayer fue uno de esos días, multiplicado por ser la Pascua ortodoxa, siempre a rebufo de la católica como sucede en las fiestas del ramo. Ni que decir tiene que ritmo del viernes era frenético para dejar la ciudad, por lo que el fin de semana (domingo incluido) se presentaba plano como un solar.
Por suerte, el Partizan y el Estrella Roja jugaban el sábado otra edición de ese «Derby Eterno» de nombre más a la altura bíblica de las fechas que de las circunstancias, y ahora incrustado en un formato de nuevo cuño para luchar por el título. Tras la reforma de la anterior temporada, la liga ha pasado de veinte equipos a dieciséis, y los ocho primeros clasificados se juegan trofeo y honrilla en un playoff de valoración incierta que trata de cambiar algo para poner en valor la competición. En este sentido, este año tocaba bajar todavía más el número de competidores, dejándolo en solo catorce, pero la Superliga cedió a las presiones de los equipos y pospuso el experimento y también el playoff de descenso. Por el momento se sigue con lo de antes: dos promocionan y bajan dos por la vía rápida.
En cuanto al derby, fue una excepción al muermo aunque sin alardes, al menos a nivel grada. A ras de campo hubo intensidad pero el marcador estuvo acorde a los acontecimientos: un 0-0 como la «catedral» de San Sava.