Hace poco leí en «Expreso hacia Oriente» un par de entradas de Istok sobre calmucos. Son uno de esos pueblos raros que pueblan la inmensidad de Rusia y justifican el nombre en plural de su monarquía, que titulaba a los zares como monarcas «de todas las Rusias» y más allá (esto es de mi cosecha). Pues bien, una de ellas es esta, la de un pueblo de etnia mongol, emparentado con los uigures chinos y de religión budista. No son buenas credenciales para afrontar el expansionismo eslavo, que emplea a estas gentes y similares como mano de obra barata al andar por casa o de perdigonada en las guerras (ver el reclutamiento de Putin recientemente).
El caso es que en tiempos de la Revolución, el ateísmo de los bolcheviques les hizo apoyar a los blancos, que es como llamaban a los zaristas, a los creyentes y a todos los que no fueran rojos. No fue una idea brillante. El resultado ya lo sabemos, así que tuvieron que hacer las maletas e irse a rezar a otro lado.
Por afinidad religiosa y también cultural, uno de los destinos más recurrentes para los exiliados rusos era el Reino de Yugoslavia, concretamente Serbia. Aquí su ortodoxia cristiana era bien recibida, y ese es el motivo de que aún hoy en día haya una pequeña iglesia rusa con sus cúpulas tipo bulbo en medio del parque del Tasmajdan, en pleno corazón de Belgrado. Los calmucos no eran cristianos ni mucho menos, pero con cierta lógica eligieron el mismo destino que sus paisanos.
Acostumbrados a las llanuras inmensas, no se mudaron al centro, sino a una zona de las afueras aún sin urbanizar, en el extremo este de la ciudad. Allí reprodujeron su modo de vida en la medida de lo posible, replicando el rasgo de su cultura más distintivo: criar caballos. Ese es el motivo de que hoy el barrio, ya densamente poblado, reciba el nombre de Konjarnik (Коњарник), derivado de la palabra serbia Коњ (caballo) y que cuenta con topónimos similares en español o portugués y gallego, como Potrero o Currelo.
Nunca fueron una comunidad muy grande, sobre 500 personas en su momento álgido, y quizá fue por eso fueron bien recibidos. Puede que intencionadamente, la mayoría eran hombres, pues era una forma sencilla de limitar su natalidad; una práctica común a otras áreas como Estados Unidos, donde la ley impedía a los inmigrantes chinos llevar a mujeres. Dado que el hambre apretaba, tuvieron que recurrir a soluciones alternativas, y ese es el motivo de que los barrios con muchos prostíbulos reciban el nombre de barrios chinos.
En Belgrado la integración del pueblo calmuco fue más sencilla, abundando los matrimonios mixtos con mujeres locales. El resultado, según las crónicas, fue una población heredera del porte esbelto de los eslavos y los ojos rasgados de los asiáticos. No tardaron en diluirse entre sus vecinos, y la puntilla fue su apoyo a los nazis en la IIª Guerra Mundial, donde formaron unidades de caballería cosaca en sus regiones de origen. A miles de kilómetros de distancia, la comunidad calmuca temió represalias rusas cuando el Ejército Rojo liberó Belgrado, por lo que algunos emigraron a Estados Unidos en 1944.
Así las cosas, tras la contienda el único rasgo visible de su presencia era una pagoda budista edificada en los años 30 en su barrio, un Konjarnik que creció exponencialmente a partir de la década del 60, cambiando de aspecto en muy poco tiempo. Como resultado de dicho cambio, los pastos fueron sustituidos por bloques residenciales de inspiración socialista, y el proceso se llevó por delante a la pagoda budista, ya casi sin fieles y sin razón de ser.
En su lugar, Konjarnik adquirió un nuevo símbolo, tres torres de veintiocho pisos de inspiración mordoriana, o brutalista, o paranormal, que desde 1976 dominan la zona con gusto dudoso pero efectivo, hasta el punto de convertirse en un emblema de la ciudad con nombre oficioso de relumbrón: Источна капија Београда, o Puerta Oriental de Belgrado. Sin duda es más rutilante que Rudo, el nombre oficial del complejo y del barrio desde ese instante. A fin de cuentas, es solo el pueblo de Bosnia donde nació el arquitecto que perpetró el edificio.