En cada acto de la España profunda anida una neurosis larvada durante siglos, como una suerte de herencia surgida desde el resentimiento más cotidiano. Lo mismo ocurre en la Serbia profunda, o en Italia, puede que incluso en Francia con sus valores republicanos. En sus rincones más intrincados o en los lugares oscuros aflora esa naturaleza prístina a la que en el fondo temía tanto la Ilustración, por eso se consagró a dominarla en forma de educación reglada y parterres, de jardines con tiralíneas y de modales grotescos que camuflasen la realidad.
El episodio más neto de este formato de barbarismo atávico acaba de producirse en Linares por medio de un exorcismo. Suena a vindicación del pasado en una era de eterno retorno mercantilista y nostálgico, o a afloramiento diacrónico de esa naturaleza misma que se resiste a ser maquillada por las rotondas y las pantallas. En medio del terraplén moral que hay al lado de la barbarie también hay valores anexos mezclados con intereses propios.
El caso es que unos padres y su consuegro encerraron a la hija de los primeros para exorcizarla en un piso. Yo hubiese optado por una peluquería que despachase operaciones de estética en un entorno informal, pero los caminos del Señor, y por lo visto los del Maligno, son ambos inescrutables y se conforman con lo que venga.
La forma elegida por Satanás para presentarse fue la espantada de la mujer en lo tocante a su matrimonio, en una especie de divorcio de facto ajeno a papeles y desembolsos; una huida que aporta un matiz femenino a la salida clásica para buscar tabaco.
Ni que decir tiene que ni el marido ni las familias reconocieron la independencia de la ex-esposa, así que cuando esta creyó estar a salvo en casa de sus progenitores, éstos mandaron a los antidisturbios armados con un hisopo. Sus compañeros, los de verdad, en este caso la policía municipal de Linares, oyeron síntomas compatibles con la violencia machista, por eso se inmiscuyeron en la jurisdicción divina y entraron en la vivienda.
El panorama que vieron fue más terrenal que bíblico, con una mujer y su suegro forcejeando sobre una cama a modo de improvisado altar. Aporta un matiz novedoso que los implicados fuesen pakistaníes recién llegados de Londres, ella buscando refugio y él enviado para salvar el honor de su hijo, a quien llamaremos «El Despechado» para aclarar.
Un giro de este calibre no altera el guión en lo básico, como tampoco lo hacen las revisiones continuas que las franquicias de superhéroes nos lanzan casi a diario. La clave aquí es la lucha entre el bien y el mal, solo que en este mundo tan retorcido de ovejas y lobos, los roles suelen cambiarse con una facilidad pasmosa, incluso para el Maligno o la Policía Municipal