Solo quien cree con fuerza en lo irracional confía de veras en el poder la ciencia. Quizás por eso las distopías más acertadas suelen ser obra de los desechados del mundo moderno, entendiendo por esto a los angustiados con el presente, a descarriados en busca de un Evangelio, o de una respuesta, o un fin. A veces las profecías no son tan densas y se parecen más a una apuesta entre cubalibres, a patchwork formato desbarre en el que lo más desastrado gana.
En todo caso, aún sin tener ni idea de qué hacer al día siguiente, algunos opinan sobre el futuro del ser humano y resulta que aciertan, a veces a décadas vista, o incluso siglos, marcando un gol por la escuadra del que es posible que no obtengan ningún beneficio, ni siquiera la honrilla del reconocimiento efímero si es que este llega a destiempo.
Otros en cambio admiramos la ciencia cuando nos da en las narices, lo cual sucede frecuentemente tras la Revolución Industrial, que quema etapas a ritmo de vértigo sin que los más escépticos tengan claro si de verdad ha servido de algo. Hay dosis de pragmatismo en este pasmo ante lo científico, pues soluciona dificultades (y a veces crea problemas), pero innegablemente ofrece algo a lo que agarrarse. Pero hay también altas dosis de admiración esotérica, o casi, que es la manera en la que vemos la mayoría el progreso: por mucho que nos lo expliquen, somos legión los que miramos la tele como embobados ante un viejo truco que todavía sorprende. Da igual que se apoyen en fórmulas muy complejas, hay cosas que no son ciencia ni industria, sino más bien un milagro, o al menos eso decía Sikorsky sobre los propios aviones que diseñaba.
Puestos a formular distopías y avances en lo tocante a ciencia (a veces ambos caminos se tocan), todo lo relativo al tiempo ha gozado siempre de un gran interés. Ir al pasado, al futuro, o manejar un momento como el que reescribe un pasaje o un verso, son todos anhelos universales, formúlense estos en plan filosófico, literario, o en producciones pop destinadas al entretenimiento. Estas apuestas desenfadadas son un primer paso que rara vez goza del reconocimiento de otros pioneros, pero sucede siempre que luego la ciencia va tras sus huellas.
Ahora en Austria han puesto cara al viejo deseo de viajar en el tiempo, aunque siempre que anuncian esto, después los científicos nos instan a no lanzar las campanas al vuelo: por el momento solo han conseguido rebobinar fotones hasta el pasado dentro del marco de la realidad cuántica, lo que significa que hay partículas muy pequeñas que pueden volver a ser lo que eran. Desconocemos si han vuelto «sabiendo lo que sé ahora», pero la cosa promete.
De todos modos, seguimos recomendando prudencia: por mucho que los avances nos bombardeen, cabe la posibilidad de que la ciencia aún no nos solucione la papeleta, y quizá sea mejor pensar dos veces antes de confiar al rebobinado de los fotones las consecuencias de nuestros hechos.
Por otra parte, no tengo claro que regresar a un pasado idéntico sirva de nada al margen de la computación cuántica (restauración de datos, estados, back ups), y algo así creen los señores austríacos, pues aún no saben para qué puede servir todo esto.
Por el momento, yo sigo rendido al inodoro y al elevalunas eléctrico, pero en lo tocante a lo cuántico y a viajar en el tiempo, pienso más bien como los Ramones sobre el cementerio ese que resucitaba animales en la novela de Stephen King: no quiero vivir mi vida de nuevo, ni, añado de mi cosecha, tropezar otra vez con las mismas piedras.