No existe ley lo bastante efectiva para anticiparse del todo a la atrocidad. El mal siempre encuentra un resquicio por donde colarse, por eso no es buena idea legislar en caliente. Ayer Belgrado se despertaba con un suceso de los que cruza fronteras y calendario, una rareza en forma y fondo que situó de nuevo a la ciudad en el mapa, y como ocurre siempre con los actores encasillados, volvió a tocarle un papel que solo muestra una cara.
Dejando a un lado el suceso en sí, las tragedias con gran cobertura mediática suscitan debates en los que paroxismo y cautela se dan la mano en busca de soluciones. La idea de prevenir y atajar con firmeza posibles rebrotes es tan legítima como sincera en la mayoría de casos, aunque al abrir el diafragma y mirar a los lados empiezan a surgir dudas sobre el camino a seguir.
Sorprende en primer lugar la tipología: una matanza escolar es un fenómeno asociado a la violencia sistémica de los Estados Unidos, apoyada en leyes esquizofrénicas sobre tenencia de armas y en una diversidad social y económica que induce a poner en el punto de mira al vecino y dispara el crimen. Nada de eso sucede en Serbia, un país tan seguro que no necesita rejas en los comercios ni las viviendas, y donde un simple robo sería bastante para encabezar los telediarios. Cuestión aparte son los hooligans y el crimen organizado, fenómenos ambos que van de la mano sin que salpiquen al ciudadano, acostumbrado a su presencia difusa en forma de rito lejano y folclore.
Y sin embargo, ha pasado. Surgen así las preguntas sobre las causas, cuyo trasfondo es buscar soluciones, pero también calmar la sorpresa. Por qué en un colegio en la flor y nata de la ciudad? La «krem de la krem» según la expresión literal de Aleksandar Vucic, el presidente de Serbia que ayer situaba el hecho en lo más dramático de la historia reciente de la nación y nos regalaba de paso un perfil sociológico del barrio de Vracar, similar al de Salamanca o la parte alta de Barcelona, y con una renta media que el dirigente situaba en 300 mil dinares, unos 2500€ que traducidos al coste que tienen aquí las cosas son un pellizco considerable.
No halló respuestas en la sociología, así que pasó a las medidas legales. Anunció la detención inmediata de los padres del acusado, un adolescente sin responsabilidad penal cuya edad suscitó las primeras acciones y espoleó el debate. Para evitar fisuras en lo tocante a la responsabilidad, prometió rebajar la edad penal de los 14 actuales hasta los 12 años, algo sin duda bien recibido por una sociedad en estado de shock y que le vota en masa, pero que, como reconoció el propio Vucic, no llega a tiempo para el presente ni aliviará a las familias de las recientes víctimas.
Surge la duda de si la mano dura es una solución efectiva contra un hecho aislado, pues una venganza metódica y sin alevosía o intención de escapar no es el tipo de crimen que pueda ser prevenido con más castigo para quien lo comete: el responsable busca a su presa sin importarle las consecuencias. Incluso en casos menos aislados, el ejemplo de Estados Unidos nos puede servir de pista: ni la brutalidad policial ni la silla eléctrica consiguen bajar el crimen, como tampoco lo hace un sistema legal podrido por el dinero, por los prejuicios y por la necesidad de culpables. El resultado es una población reclusa más alta que la de muchos países de Europa, cuyos ciudadanos cabrían sin despeinarse en las celdas de cárceles célebres como la de Attica.
Otra propuesta anunciada por Vucic fue endurecer el acceso a las armas. A diferencia de lo que pasa en Estados Unidos, aquí no hay debate. Nadie alza la voz contra la medida ni invoca razones espurias, quizá porque las leyes balcánicas son más porosas que en otras partes, o quizá tan solo porque se considera que es una medida justa… y poco efectiva. Las estadísticas sitúan a Serbia en el podio de armas por habitante, aunque este dato genera dudas y, desde luego, no se traduce en una mayor criminalidad.
Por último, una omisión notable. En el discurso del presidente no hubo alusión alguna al acoso escolar, que es la causa última del suceso. El bullying no siempre es fácil de detectar y nunca es sencillo adoptar medidas para evitarlo, pero abordar el tema hubiese sido tan necesario como la mano dura que, una vez más, se prometió contra la difusión en redes de contenidos violentos para menores, una propuesta con aires de brindis al sol que, como ocurre siempre en casos análogos, busca ofrecer a los ciudadanos una sensación de control ficticia sobre lo inevitable.