A veces un nombre impactante o un título son todo lo que hace falta para alcanzar el éxito. La devoción por los titulares no es una parafilia rara, a fin de cuentas el branding y el periodismo consisten en eso, y son la base del éxito comercial con el que soñamos todos, aunque se diga con la boca pequeña.
Hoy hablo de un dique en el río Dniéper, pero podría ser una forma poética de referirse al Muro, el único con mayúscula y que estaba en Berlín; el que cayó hacia el lado contrario y no es ahora el momento de hacer autocrítica para ver por qué.
También valdría este título para una producción tardo-setentera de cine catastrofista, ya fuese en clave alegórica, como alusión velada a la contención de pueblos venidos de las estepas, o como pista más literal, aludiendo a riadas terribles con explosión incluida.
En cualquier caso, es muy posible que el contenido llegase a ser lo de menos, y que los aplausos los generara un nombre así de acertado, como ocurría antes con los videojuegos, que dependían de la carátula para ganarse adeptos, o más bien clientes, pues la piratería con cintas era más engorrosa que la honradez, y a veces salía a cuenta apostarlo todo a un título convincente o bien a un diseño bonito.
Pasando al trasfondo real de este asunto, lo de la presa de Ucrania ha pillado a los mamporreros y los plumillas desprevenidos, por eso los titulares y las imágenes lo copan todo sin señalar a nadie por el momento, de modo que pareciera que la riada se ha producido en Valencia y que el desastre en los arrozales se plasmará muy pronto en otra subida de precios.
A falta de conclusiones firmes sobre la autoría y de un peritaje que aclare si el revoltijo le servirá a quien debe, la prensa repite sus letanías con menos cadencia que la de siempre. El sabotaje del gasoducto de hace unos meses fue un aviso de Estados Unidos de que los matrimonios de conveniencia son esto, y que si Europa quiere seguir con la farsa, tendrá que adaptarse a los cuernos. Con estos mimbres, hablar muy alto sobre el desastre del Dniéper suena a salida del tiesto, así que mejor que se aclare todo y después ya lo enturbiaremos.
De todos modos, no se preocupen: la guerra es como esas pelis con trama simple y llenas de sustos, que son un recurso fácil pero efectivo. Añadamos a esto que los sobresaltos pueden colarse en cualquier momento alegando emergencia o sorpresa, de modo que si en las semanas siguientes no oyen hablar de nuevo del Dniéper y sí de Podemos, no teman: ni se ha acabado la guerra, ni se ha arreglado la izquierda, tan solo nos van convenciendo con titulares chuscos de que hay razón para nuestros miedos.