La palabra subcultura se ha impuesto académicamente y debemos su difusión a autores como Dick Hebdige, quienes la definieron para los restos como un grupo de personas con un conjunto distintivo de comportamientos y creencias que les diferencia de la cultura dominante a la que pertenecen. Eso es, más o menos; al fin y al cabo las definiciones no lo dicen todo. Otras formas de llamar a la misma cosa: culturas juveniles, tribus urbanas (término que particularmente odio) y esta de “minorías culturales” que modestamente proporciono. Una cosa que me resulta decepcionante (por aquello del querer saber un poco más) es que los estudios sociales echen mano siempre de las que yo llamo “subculturas clásicas”: teddy boys, mods, skinheads, punks, etc. Tanto en estos estudios como en artículos u otros escritos, estas identidades se presuponen como piezas fijas de ajedrez; por ejemplo, un mod no puede ser violento porque su meta es la estética, pero un punk sí. ¿Qué dirían algunos si les contara que en 1961 un nutrido grupo de mods, montados en su scooters, protagonizó una carga a toda velocidad contra el Palacio de Buckingham? Ignoramos qué se proponían, si hacer saltar la verja, destruir las flores y parterres de sus jardines o expresar su descontento por cuestiones sociales. Lo único cierto es que nada es lo que parece y que la idea de que eran simples adolescentes engreídos que vivían de la búsqueda de lo cool ya no encaja tanto si tenemos en cuenta este dato. No puedo aportar más detalles sobre este acontecimiento porque desgraciadamente se sabe poquísimo al respecto. El lema “God save the Queen” lo crearon los punks, pero ya estaba en la mentalidad de los modernistas un cáustico rechazo hacia la Corona.
A por ellos… que son pocos y cobardes!
Dicho todo esto, me gustaría proponer un repaso a las minorías culturales menos populares; algunas son tan insuficientemente conocidas que poco puedo decir de ellas. Vamos allá de todas formas.
En los años 50 aparecen en Estados Unidos bandas urbanas con estéticas muy distintas, ambas derivadas del gusto por el R&B. Algunos músicos que precisamente se acercaron a ellas nos hablan de “dos clases de gente”, los Brownies (de los que factualmente no se sabe casi nada y si alguien aporta alguna luz, pues bienvenido sea) y los Hoods. Estos últimos, procedentes de los barrios más marginales, vestían exclusivamente de negro y parecían tener debilidad por la ropa muy ajustada, tanto así que tenían que romper sus costuras para poder embutirse en ella. Las prendas eran de tejido, pero algunas veces de cuero. Lux Interior reconoció que su obsesión por el negro venía de ellos. Lo que no sabemos es el porqué de ese nombre. Tal vez iban encapuchados o llevaban sudaderas tipo “new yorker”. Cualquiera sabe. Con el nombre de brownies (que probablemente hace referencia al cannabis) tal vez se referían a los beatniks. Es una posibilidad.
Negro sobre rojo. Las ideas estéticas suelen pasar de mano en mano
En los años sesenta, tanto en USA como en UK surge una minoría cultural que no encaja para nada con las existentes entonces. Que se sepa no tenían un nombre concreto, pero su look y sus gustos concuerdan a la perfección con el estilo de los que dos décadas más tarde serían denominados góticos. No deja de ser increíble, pero hay testigos de ello.
Por las mismas fechas, en otra parte del mundo, aparece el Swenking, todo un coup de force desde la miseria hasta la elegancia. Los swenkas (pronúnciese “suenkas”) procedían de los suburbios más desfavorecidos de Johannesburgo, en Sudáfrica. “Vida pulcra en circunstancias difíciles”, el lema concebido por Pete Meaden, se aplica aquí con más justicia; los swenkas tuvieron que vencer muchos obstáculos (el apartheid entre ellos) para aparecer ante el mundo con una elegancia diamantina, vistiendo ropas de corte occidental. Crear esa imagen era un símbolo de aceptación social, también de superación. Los primeros que practicaron el swenking fueron exclusivamente de etnia zulú, aunque con el tiempo otras tribus africanas lo adoptaron. Si antes de la colonización europea ostentaban sus coronas de pluma de avestruz y sus pieles de leopardo, los nuevos guerreros lucían los trajes más a la moda. Aunque nos suene a inglés, el origen del término que los identificaba viene del zulú “iswanka” que tiene el significado aproximativo de destacar por el aspecto o por el estilo. Creo que asimismo guarda alguna relación con la voz inglesa Swanky (“ostentoso”). Pues bien, aunque el auge de los Swenkas fue en la citada década y continuara hasta los 70, esta minoría cultural (¡nunca mejor dicho!) continúa existiendo, aunque con mucha menos presencia, en algunas regiones del sur de África. Siempre ha sido una expresión estética exclusiva de la raza negra y a mí particularmente me recuerda a la que mostraban los rude boys de Jamaica casi por el mismo tiempo.
Swenkas a la última, mostrando un alegre colorido que contrasta con su sórdido entorno. Es por esto por lo que fueron bien vistos, pero también criticados
Algunas minorías culturales desaparecen o dejan de ser visibles, pero marcan la moda de un país o de un continente. Es el caso de las Gyaru (adaptación japonesa de la palabra inglesa “girl”), toda una manifestación artística del cuerpo, en este caso adolescente. En principio sólo eran chicas, aunque a la larga tuvo su lado masculino, los gyaruo. La verdad es que era un potaje estético muy influenciado por el “princesismo” barbie, el estilo del preppy y otras modas occidentales, el sex apple de los grandes artistas del pop y otros estilos modernos anteriores, como el Bodikon (Japón, últimos años de los 80). En decadencia hoy día, el Gyaru ha dejado su impronta en la vida de los jóvenes japoneses.
Una chica japonesa con su uniforme colegial. La falda plisada es una herencia Gyaru
Continuo con mis saltos cuánticos en el tiempo y en el espacio, y nos vamos a España. “Long way to home.” España ha sido caldo de cultivo de todas las subculturas que procedían de Inglaterra y le hemos dado vida de nuevo. No me voy a extender en ellas porque ya se ha hablado largo y tendido del tema, hay bastantes libros que lo abordan y sin comerlo ni beberlo acabaría mencionando la “movida”, concepto que cada día odio más y donde cabe casi de todo, hasta el mal gusto. En lugar de ello, voy a constatar aquí las impresiones de algunos músicos extranjeros sobre sus fans españoles. Por lo general estos pop/rock stars hablan sobre un público “muy puesto en música y estilo”, una multitud de jóvenes super bien vestidos que a la postre se desbocaban, mostrando gran energía y pasión por la música moderna; un entusiasmo difícil de entender por los “artistas invitados”. Alguno de ellos dejaba caer que como el régimen de Franco había supuesto un estancamiento cultural, era ahora y no antes cuando estábamos viviendo nuestro particular “Swinging London”. Curiosa observación. ¿Se puede identificar a este público? Quiero decir: ¿eran mods revivalistas, nuevaoleros, afterpunks? Creo que podríamos zanjar el tema dejándolo en el misterio. Esos extranjeros tenían su particular visión sobre la cultura española de esos años, tal como Tom Wolfe echó su primera y absorta mirada sobre la “vida total” en el Londres de los años 60. Tan sólo son opiniones. Nada es lo que parece en el mundo de las minorías culturales. En cualquier mundo, diría yo.
-José Leandro Ayllón-