Esta mañana mirando al cielo me saludó el entretiempo con cara de apuesta y corazonada, como incitando a hacer un pronóstico sobre el día que se nos viene encima. Miré la gama de gris y dorado que se mezclaba en los edificios y en las ventanas con toques azules por varias partes y con estelas de aviones. «Muy variado» me dije, como cogiendo impulso para lanzarme al augurio sobre el futuro inmediato, pero callé. Desconocía si había en juego algo más que la honrilla, el vaticinio se me antojaba como un oráculo de andar por casa y encima temía fallar. Podía jugar la carta marcada de la ambigüedad con aristas, pero uno no es consultado por entidades abstractas todos los días, así que carraspeé sin ganas para ganar más tiempo y calmar el ansia. «Tic, tac», sonó inexistente el reloj de pared que no tengo, y la prisa por decir algo condicionó mis designios. No sé qué pasa en esos momentos de incertidumbre amansada, pero funcionan como los de verdad. La dosis fuerte que incita a encontrar respuestas se contagió a las axilas, bajó corriendo y llegó hasta los intestinos, como trazando un mapa con varios puntos donde medir el sosiego, la ataraxía o las ganas de conformarse con lo que sea, aunque caiga en domingo. «El tiempo apremia» se oyó al segundo, o puede que fuese un silbido de gas, o de una tetera al fuego, o de otra cosa que apenas coincida. No había opción, y dudo si beneficios. Solté la frase como un eructo de pensamiento no precedido por duda ni reflexión alguna y dije:
-Esta vez ya no hay dudas. Será en Octubre.