Ahora que lo de Ucrania amenaza con convertirse en parálisis permanente, ahora que en Palestina cada escalada se muestra como otra muesca en un viejo revólver, los que difunden noticias recurren a contenidos nuevos para fijar al público en sus asientos. Nótese que no he utilizado el concepto manido de los mass media, ni siquiera la versión descentralizada de los creadores de contenido. Hablo de los que difunden noticias como podría haber dicho «cotillas» o «carroñeros», o cualquier otro término despectivo que designe al que utiliza los hechos para ganar dinero o prestigio (pongamos cursiva a esto), pues los canales informativos son eso: puro sector servicios, sección de entretenimiento.
No hay nada nuevo en ello: ya William Randolph Hearst se inventó la Guerra de Cuba para vender su prensa a costa de una España en eterna caída libre que, a cambio de algunas islas, ganó una excusa para amparar sus complejos y se sacó de la manga una generación literaria.
Al margen de sus motivos, el personaje de Hearst tenía su miga, pues fue el que inspiró la figura de Ciudadano Kane y dio nombre a la prensa amarilla, ya que ese era el tono del papel más barato con que imprimía su sensacionalismo. También dio matices al personaje del Sr. Burns de los Simpson, así que no hagan de menos a quien difama: siempre tendrá clientes dispuestos a valorar sus jugadas.
En cuanto al presente, es siempre más de lo mismo. Las noticias de las que hablábamos antes han dado paso a episodios menores pero igualmente jugosos, como el drama privado de ese chaval de Córdoba al que la fotogenia y un buen entorno han situado en el epicentro. Antes de echar los perros para morder a los medios, mirémonos al espejo y a Twitter: hay más impacto por este tema que alrededor de las reformas educativas o los impuestos, que nos empañan el horizonte, pero solemos tocarlos poco.
Y de propina, el agravio comparativo. Dejando de lado la parte trágica que atañe a los suyos, no hay nada en este suceso que justifique tal cobertura. Se dan casos parecidos todos los días, pero no todos dan bien en cámara, no tanto como este o el de Diana Quer. Parece claro que en la desgracia también hay clases, se trate de un desaparecido, de un pavoroso incendio en una discoteca poligonera ya amortizada mediáticamente, o de un recuento de muertos en Palestina, donde lo cotidiano es tan solo un número y lo anecdótico merece un despliegue.