A diferencia de los partidos de fútbol, un robo del siglo no es algo que ocurra todos los días. Si, como mandan los cánones, se produce uno cada cien años, el del siglo XX tuvo lugar el 8 de agosto de 1963 a pocos kilómetros del Gran Londres.
Todo en este episodio fue grande: la banda, el botín, el revuelo y el escenario, una Inglaterra venida a menos, pero importante. Seamos claros: si hubiesen robado esa pasta en el Tercer Mundo, pocos se llevarían las manos a la cabeza. También otro apunte, quizás algo simple pero efectivo: en esto del latrocinio, los dirigentes políticos juegan en otra liga.
Lo que pasó aquella madrugada no lejos del aeropuerto de Luton parece un guión de cine. Para ponerle emoción al asunto suele decirse que los ladrones de un robo son siempre de poca monta, como si hubiese muchos curtidos en el atraco a bancos centrales.
De élite o no, el caso es que un delincuente llamado Bruce Reynolds estaba en la cárcel cuando le dieron un soplo, otro recurso exquisito que gana peso si se ponderan los chivatazos que no conducen a nada. Había un tren-correo que bajaba periódicamente de Glasgow a Londres con las recaudaciones de algunos bancos y los envíos certificados. El Royal Mail se curaba en salud viajando de madrugada, pero los malhechores no dudan en trasnochar si la ocasión lo merece, así que Bruce Reynolds volvió a las andadas en cuanto pisó la calle y se puso a reclutar una banda para asaltar el tren.
Bruce Reynolds y Ronnie Biggs, cerebros del robo e ídolos populares.
Sus compinches sabían de robos, pero de trenes no, así que pidieron ayuda a los South Coast Raiders, una banda de especialistas cuyo nombre sonaba de maravilla. Esta alianza explica que el número de implicados fuese tan alto, sumando un total de 16 asaltantes con sus funciones delimitadas: sabotear las señales, meter porrazos o conducir la máquina del convoy. También había algunos para cargar las sacas, algo poco sofisticado pero fundamental cuando se trata de un buen botín. En cuanto a Bruce Reynolds, su rol estaba a medio camino entre lo intelectual y las cuestiones logísticas, pues suyos fueron la idea y el Ford Cortina que llevó a los esbirros hasta el puente donde ocurrió todo.
A partir de aquí, el desarrollo del plan recuerda a la trama de Ocean’s 11, rodada tres años antes por el Rat Pack de Frank Sinatra y Dean Martin, solo que aquí la luz de Las Vegas y sus casinos dio paso a la oscuridad de la madrugada en medio de la campiña inglesa.
El plan se llevó a cabo el 8 de agosto porque un cómplice dio el aviso de que ese día el tren iría más lleno de lo normal. La identidad del misterioso hombre del Ulster, un simple funcionario postal, no se sabría hasta pasados cuarenta años.
Todo empezó entorno a las 3:00 a.m con la manipulación de un semáforo para parar el tren. Los maquinistas se sorprendieron con ese alto, por lo que uno de ellos bajó a inspeccionar. Quiso usar el teléfono para llamar al control de tráfico, pero alguien había cortado la línea. Cuando se dirigía de nuevo hacia la locomotora, tres hombres lo rodearon:
– Si grita, le vuelo los sesos.
O “es hombre muerto”. Da igual. No sé si esas frases tan lapidarias son cosa del cine o de verdad se dicen y por eso salen en las películas, pero el maquinista-ayudante D.Whitby no dijo nada. Su jefe, en cambio, se resistió. Jack Mills trató de repeler el ataque de varios hombres que entraban en su cabina por ambos lados, pero uno de ellos lo noqueó de un porrazo. Fue el único acto violento de todo el plan, pues el pasaje de funcionarios del Royal Mail no se enteró de nada. Para ellos, el tren tan solo se había parado por alguna razón que desconocían.
Los escenarios del robo. El asalto tuvo lugar en Sears Crossing. Allí se desengancharon la locomotora y el vagón del dinero, conducido a Bridego Bridge para ser vaciado y evacuado por carreteras secundarias.
Previendo la falta de colaboración de los maquinistas, los asaltantes habían fichado a uno de confianza, pero no fue capaz de arrancar la locomotora. Era muy nueva para un conductor retirado, así que hubo que sugerir a Jack Mills, aún medio groggy por el ataque, que llevase aquel trasto hasta el lugar marcado con una X.
-Mueva el culo si quiere seguir viviendo – supongo que le dirían.
No está muy claro si los ladrones usaron la fuerza, la psicología o la súplica, pero de alguna forma lograron que el maquinista moviese el convoy 800 metros hasta el puente de Bridego, desde entonces llamado Train Robbers’ Bridge. Allí esperaba el resto del grupo para hacerse con el botín, ubicado en el segundo vagón del tren. En cuanto al resto, había sido desenganchado y todavía aguardaba pacientemente a que siguiese el viaje.
En Bridego Bridge, una sábana atada a dos postes indicaba el lugar señalado para desvalijar el tren Up Special que había salido de Glasgow cargado de libras. Tras reducir a los operarios del Royal Mail (no había polis a bordo), los atacantes formaron una cadena humana y en media hora bajaron las ciento veinte sacas que contenían £2.5 millones (£50 millones de hoy). Para ceñirse al tiempo previsto, dejaron atrás ocho sacas y llevaron el resto en un camión y un Land Rover hasta Leatherslade Farm, la granja acordada para reunirse. Eran las 4:30. Misión cumplida con creces.
La idea era aguantar allí un par de meses, pero el aburrimiento y grandes dosis de Monopoly llevaron a los ladrones a repartirse el botín y seguir camino por separado. Cuando llegó Scotland Yard, allí no quedaba nadie salvo el tablero del juego, que en vez de ser el McGuffin banal de esta trama, se convirtió en la clave para atrapar a los malhechores debido a las huellas que había en él.
Los protagonistas a cinco décadas del suceso. En la primera imagen, Train Robbers’ Bridge en la actualidad. En la segunda, Ronnie Biggs y Bruce Reynolds junto a sus hijos.
Y, como suele ocurrir en el cine de acción, siempre hay una segunda parte. Aquí consistió en fugas sonadas tras fuertes condenas a treinta años o más. Algunos escaparon a América, otros se hicieron la cirugía plástica, de varios nunca se tuvo noticia. Un par viajaron a España como hacen los jubilados, uno murió en Mojácar y otro en Marbella asesinado por un sicario; Ronnie Biggs llegó incluso a grabar unos temas con los Sex Pistols.
En general cumplieron pocos años de cárcel y los líderes se convirtieron en ídolos. Si todos hemos fantaseado con pasar una noche encerrados en Continente o El Corte Inglés, por qué no iban los lectores del Sun o del Daily Mirror a adorar a unos ladrones de poca monta que cometieron el robo del siglo?