Lo bueno del fútbol es que condensa lo que queramos echarle. En sus colores caben patrias, ideologías, ciudades o clases sociales enteras. Aunque se enfrenten extraños, siempre podemos tomar partido, haciendo que un duelo mediocre en el barro le de la razón a Bill Shankly.
Es ese carácter simbólico y no el propio juego el que lo hace fundamental. No es necesario saber de fútbol para gritarlo. Ni siquiera hace falta verlo para sudar con él.
En la Inglaterra de los 60, este reduccionismo (a veces exagerado) le puso calor a un cruce hasta entonces irrelevante: un Chelsea-Leeds que coincidió en varias eliminatorias hasta convertirse en un clásico.
Si hay dos dicotomías que triunfan siempre y ayudan a caldear los ánimos, esas son el origen geográfico y la clase social. En una Inglaterra marcada por los prejuicios clasistas y la frontera entre Norte y Sur, un duelo entre el Leeds proletario y el Chelsea de las celebrities se presentaba como el enfrentamiento definitivo.
Leeds y Chelsea en la temporada 69/70, año de su enfrentamiento más recordado.
Entonces, ninguno de los dos clubes se parecía a lo que son en la actualidad. Ni el Chelsea era el grande europeo que es hoy en día, ni el Leeds penaba en Segunda tras años de travesía por el desierto. Ambos atravesaban momentos dulces por vez primera en su historia, y se auguraban tiempos de fama para los dos. La trayectoria ascendente y las diferencias en sus orígenes los convirtieron en los antagonistas perfectos.
A un lado, el Chelsea mundano y capitalino, los dandies sureños del Swinging London. Juego estiloso en el campo y también fuera de él, donde acaparan portadas y atraen a las estrellas de Hollywood y la City. Rachel Welch, Elton John o Clint Eastwood se acercan a Stamford Bridge. Peter Osgood o su tocayo Bonetti se dejan querer. El propio George Best acabará proclamando que habría encajado aquí.
Al otro lado, el ethos norteño del Dirty Leeds, equipo duro sin concesiones cuya figura más destacada es Don Revie, un capataz de obra metido a mister que encarna el espíritu obrero de la región de Yorkshire.
Pijos contra macarras, enfrentamiento entre Norte y Sur, elegancia frente a dureza, pelea entre mods y rockers; alguno incluso equipara a ambos clubes con los Stones y los Beatles, contraponiendo el salvajismo al estilo chic. A estas alturas el fútbol es lo de menos y el público ya ha elegido. Durante las siguientes dos décadas, Chelsea y Leeds confrontan distintas formas de ver la vida.
Jack Charlton y Peter Osgood, figuras de Leeds y Chelsea en los años 60 y 70.
Nos ahorraremos alineaciones famosas, entradas en plancha y cruces agónicos. A fin de cuentas, los datos concretos nos quedan a golpe de buscador. Solo decir que los partidos dejaban exhausto hasta al público, y que el cenit de esta escalada bélica fue la final de Copa de 1970. Únicamente el Boca-River de la Libertadores se pareció a aquello.
El partido de Wembley ante 100 mil personas terminó con empate a dos, por lo que hubo que disputar un segundo asalto. Sin embargo, el césped de La Catedral estaba en tan mal estado, que el desenlace de la final se acabaría jugando en Old Trafford.
En Manchester, el árbitro dejó hacer. Una investigación de 1997 estimó que, con los criterios de entonces, debieron haberse mostrado 6 rojas directas y 20 amarillas. Sin embargo, en uno de los partidos más broncos que se recuerdan, solo el blue Ian Hutchinson fue expulsado.
Al final, el empate a uno dio paso a una nueva prórroga, en la que el Chelsea acabó imponiéndose con un gol de cabeza tan típicamente inglés como decisivo. Su autor fue un tal Webb.
Partido bronco y Wembley como un patatal: resumen perfecto de todos los Chelsea-Leeds
La batalla televisada fue vista por una espectacular audiencia de 32 millones de espectadores, lo que lo convierte en el segundo espectáculo deportivo más visto de todos los tiempos en Inglaterra, superado tan solo por la final del Mundial del 66 y nunca por una edición de la Champions.
En los siguientes años, el pique entre Leeds y Chelsea continuó, pero con menos intensidad a medida que los equipos perdían protagonismo. Crecieron juntos y se apagaron en paralelo, de forma que en los 80 sus cruces solo eran noticia por los enfrentamientos entre sus hooligans, famosos por incluirse entre los más racistas del Reino Unido. En adelante, los Headhunters del Chelsea y el Leeds Service Crew lograron más fama que sus equipos, sumidos en una mediocridad de la que solo el Chelsea ha salido desde la década de 2000.
A día de hoy su rivalidad cotiza a la baja en Londres, donde ni siquiera cuentan al Leeds United entre sus grandes rivales. Mientras tanto, en Yorkshire todavía se odia a ese Chelsea contra el que alcanzaron la gloria, en una suerte de reconocimiento esquivo y en diferido, tan solo superado por la añeja enemistad con el Manchester.
Puede que el Chelsea-Leeds ya no sea un partido de élite, pero para los aficionados al fútbol y a lo que lo rodea, sigue sonando tan atractivo como cuando, sin corrección política de por medio, el delantero Ian Hutchinson resumía su sentimiento hacia el Leeds diciendo:
-Odio. Los odiábamos, y ellos también a nosotros.