Como ya hemos dicho en más de una ocasión, los coches de policía americanos de los 70 son una de nuestras parafilias estéticas más bizarras y confesables. Se circunscribe dentro de nuestro gusto por una estética setentosa que, por una vez, no gira entorno a Inglaterra, sino a Estados Unidos, con Nueva York y sus calles destartaladas como epicentro. Seguro que fueron años terribles en lo tocante a (in)seguridad ciudadana, y tan anodinos en lo cotidiano como otro cualquiera, pero el paso del tiempo y esa neblina desenfocada que cubre las fotos le dan un halo de misticismo que el Full HD y las decenas de megapíxeles se han encargado de eliminar.
En esos días de pelo a lo afro, grandes bigotes y ropa estrecha, los recurrentes ajustes sistémicos hicieron que el Occidente desarrollado convulsionase tras años de crecimiento aparente. Entonces, barrios como The Bronx dejaron de ser el polvo bajo la alfombra y emergieron de golpe para sorpresa de algunos. Lo cierto es que estaban ahí, siempre lo habían estado, pero ahora servían para poner cara al mal y renovar el género de indios contra vaqueros, de malos oscuros que son derrotados por tipos buenos y sobre todo, duros.
El metro de Nueva York era un peligroso cauce que conectaba mundos distintos. Filtrar su aluvión se convirtió en una tarea clave. En la imagen, una patrulla en 1980.
En esta lucha entre ángeles y demonios, la cara (no siempre amable) llevaba uniforme y a veces dudaba mientras la cruz esgrimía las tentaciones a modo de invitación: dinero fácil, poder, puede que alternativas mejores. Qué sería de nuestros héroes sin sus antagonistas, de nuestra vida sin la dicotomía que simplifica todo?
Debate moral aparte, la estética es lo que de verdad importa, al menos en este artículo frívolo, por eso nos deleitamos con esos coches que cumplen su cometido como el caballo de Atila, llevando a su amo hacia la victoria y despejando el camino de briznas. En el erial resultante no prende nada, solo hay miseria y temor. Llamémosle por ejemplo The Bronx, un escenario icónico para empezar nuestro recorrido.
Hasta los años 70 era un lugar duro a secas. La sombra que proyectaban los rascacielos hablaba italiano y yiddish, se oía también español al cruzar el río donde acababa Manhattan y ni siquiera los Yankees tenían inconveniente en jugar a béisbol en esa zona. Sin embargo, en pocos años se convirtió en epítome del fracaso, en trastero para ubicar a los verdaderos parias, los negros que se le atragantaban a la América anglosajona.
Para tenerlos a raya, la policía era espada y escudo, un muro de contención que hacía razzias en coches con una curiosa combinación de colores: blanco, negro, y un verde oscuro casi castrense. Duró hasta 1972, cuando fue reemplazado por el patrón blanco y azul celeste que el cine hizo célebre gracias a filmes como ese Fort Apache a medio camino entre lo real y la distopía.
Arriba, vehículos del NYPD con patrón anterior a 1972. Abajo, colores que el cine converitría en célebres.
Pero si hay una urbe que con el tiempo se convirtió en paraíso de bandas y sueños con alto nivel de fracaso, ésa es la ciudad de Los Ángeles, interminable unión de suburbios que empequeñece a cualquier capital. En muchos de ellos, solo los coches blancos y negros de policía entraban sin avisar ni pedir permiso, aunque con ganas de irse de nuevo por donde habían venido. La industria del cine tenía a mano esas historias de western urbano, por eso los coches del Departamento de Policía y del Sheriff se hicieron reconocibles en todo el mundo.
Ambos comparten el patrón cromático blanco y negro, el más conocido en coches de policía, aunque el uniforme es distinto, siendo más usual en el cine el azul oscuro del LAPD (arriba) que el bicolor marrón de la policía del sheriff (abajo).
En cuanto a Chicago, quedaban lejos los años dorados del gangsterismo, pero no los problemas reales. El cine no se hizo eco de ellos en la misma medida que en el caso de Nueva York y Los Ángeles, pero películas como The Blues Brothers o el diseño de los coches de Canción triste de Hill Street aluden a la gran capital del Norte.
A mediados de los 70 la policía de Chicago modificó su diseño, aunque manteniendo sus colores habituales (arriba). Arriesgó menos que la de San Francisco (abajo), cuya sustitución del blanco y negro tradicional por un azul casi imperceptible apenas duró dos años (1977-79), tras los que se volvió al esquema de siempre.
No fue el único departamento de policía que recurrió al tono celeste, pero sí el que menos éxito tuvo con él. La policía de Nueva Orleans (abajo) lo utilizó sin problemas durante años, resultando más discreto sin duda que otro color arriesgado, el rojo casi bombero de la policía de Philadelphia. Al igual que ocurrió en San Francisco, el nuevo diseño apenas duró unos años antes de volver al azul royal (ver ambos modelos abajo a principios de los 70).
Para terminar nuestro recorrido, un brindis por esas policías rurales y camineras cuya dureza les lleva a la negación del color y de la tipografía. Obviando cualquier noción de diseño, nos despedimos con Oregón y sus patrulleros, y también con los que llevan el coche a pelo. Porque menos es más, y en los Estados Unidos la elegancia no importa nada cuando se lleva una buena pistola.