La mezcla de los sonidos negros de Norteamérica con los metales de las big bands caribeñas y un baile intenso dio como resultado una mezcla explosiva denominada ska. En su formato inicial, el protagonismo no recaía en la guitarra solista, ni siquiera en el instrumento por excelencia: la voz. Al principio, los jamaicanos que versionaban los géneros exitosos de aquel momento, cargaron las tintas en los metales (con el permiso de la sección rítmica). Trompetas, trombones y saxos creaban un ritmo repetitivo que partía de la cintura. Sin más argumentos que esos, tan solo quedaba bailar.
El tránsito desde la imitación de modelos ajenos hasta el nacimiento de estilos propios surgió de las manos de artistas inusuales nacidos en los suburbios y lugares remotos, en sitios tan marginales como la cuna de aquellos géneros que se esforzaban por emular.
Don Drummond fue uno de esos pioneros nacidos en Kingston que vio en la música un camino de redención y también de pecado, una noción aprendida a fuego en el colegio católico donde creció. Allí coincidió con tres de los compañeros con los que fundaría The Skatalites y con Rico Rodríguez, otro mítico trombonista que aseguraba que Don le enseñó casi todo.
La imagen de Don «Cosmic» Drummond está asociada a la melancolía y a su sombrero.
Sus dotes para la música le permitían destacar sobre alumnos de cursos más avanzados, hasta el punto de que en 1950 que fue fichado por la orquesta más célebre de Jamaica, antes incluso de terminar sus estudios.
Allí tuvo un recorrido corto, pues un affaire con la novia del fundador de la banda le obligó a fichar por otras de similar nivel, que lo acogieron con entusiasmo, pues en 1955 fue declarado el mejor trombonista de aquella isla.
Sin embargo, aunque el éxito lo condujo a liderar una formación propia, no consiguió que Drummond dejase de ser un tipo tan melancólico como atormentado, incapaz de dejarse llevar por el momento dulce que le tocó vivir. Acosado por sus propios fantasmas, fue ingresado en el psiquiátrico de Bellevue a principios de los 60, donde permaneció durante un período prolongado.
Cuando salió, algunos empresarios de dudosa reputación empezaban a grabar discos de bandas locales que versionaban los géneros negros de Estados Unidos. Su estilo era poco preciso, muy diferente al original, pero tan genuino que pronto se convirtió en un fin en sí mismo, capaz de dar pie a una industria que surgiría desde la nada.
Así, los sound systems de toda la isla se alimentaban de grabaciones a cargo de grupos como el formado por «Dizzy» Moore, Lester Sterling y Roland Alphonso, los futuros Skatalites, que no dudaron en incluir a Don Drummond cuando le dieron el alta.
Don Drummond y «Coxsone» Dodd, uno de los artífices de su éxito y de la aparición del ska.
Incluso alguien tan poco dado a las dádivas como Clement «sir Coxone» Dodd, fundador del célebre Studio One, dedicaría palabras amables al talento de Drummond, cuyo estilo al trombón admiraba debido a su suavidad, muy diferente al estruendo de intérpretes de menos categoría. Dado que no albergaba dudas respecto a su éxito, le ofreció un contrato en 1961.
Tras año y medio de grabaciones, un nuevo brote lo confinó en un psiquiátrico. Era la solución de choque para su imprevisible conducta, que con frecuencia se traducía en rarezas como la referida por Clancy Eccles, quien recordaba haberlo visto comiendo barro y malta soluble mientras grababan en el estudio Federal; o aquel concierto de Port Antonio en el que meó sobre el público tras ser anunciado con alborozo.
Aún así, su talento le permitía ser reclutado de vez en cuando por grupos y sellos de todo tipo, hasta que fue «Coxsone» Dodd de nuevo quien lo embarcó en su mayor proyecto: The Skatalites, la primera gran banda del nuevo estilo que estaba surgiendo en la isla. Corría 1964.
Pero la enfermedad de Drummond le deparaba un destino maldito, pues lo condujo a la nada tras un episodio horroroso. Si bien sus rarezas habían mutado en norma (Marcia Griffiths lo recuerda como una persona a evitar), lo sucedido en la Nochevieja del año 64 superó las expectativas incluso en alguien tan inestable.
Envuelto en una relación complicada con «Margarita» Mahfood, una sensual bailarina de filiación rastafari, los celos y su volatilidad llevaron a Drummond a asesinarla con un cuchillo.
Anita «Margarita» Mahfood, la bailarina con la que compartía talento y relación tormentosa.
El año 65 en Kingston amaneció nublado por este hecho, tras el que Drummond fue recluido en Bellevue para siempre. Purgó en un psiquiátrico la culpa que el juez había echado a su enfermedad, por eso nunca pisó la cárcel, al menos no una convencional. En la suya, un sanatorio que conocía perfectamente, pasó cuatro años de tratamientos terribles. Cesaron en 1969 con un infarto tras el que algunos ven circunstancias extrañas.
Ya fuese un asesinato de gángsters locales que vengaban a Anita Mahfood, un deterioro causado por el maltrato o simple casualidad, la muerte del trombonista más reputado de las Antillas puso fin a su sufrimiento, a su talento innato y a la era dorada del género ska.