Stanley Williams nació el 23 de diciembre de 1953 en Nueva Orleáns. Su madre, una chica negra y pobre de 17 años, pronto fue abandonada por el padre del niño y se vio obligada a sacarlo adelante sola. Seis años después se mudaron a un pequeño piso en South Central (Los Ángeles) donde, sin padre y rodeado de pobreza, crimen, drogas, analfabetismo y discriminación racial, no pasó mucho tiempo hasta que el joven Stan se metiese en líos. “El colegio era un cachondeo”, dice mientras devora otra alita de pollo “y los profesores estaban desmotivados. A mí me importaba más lo que pasaba en la calle. Tenía que sobrevivir, eras presa o depredador, y ningún adolescente debería tener que pensar así”.
Con un físico poderoso por naturaleza, echado para delante, hábil en las peleas y carismático, Tookie pronto se labró una reputación por pegarse con matones mayores que él, pertenecientes a bandas con nombres como Sportsman Park Boys, Denver Lanes o Figueroa Boys. Entraba y salía del correccional de Juvenile Hall, empezó a hacer pesas y a ponerse aún más fuerte, así que decidió enfrentarse a las bandas. “Las odiaba” explica “Mis amigos y yo teníamos miedo a que nos pegaran, así que opté por la busca y captura: ataca, ataca, ataca!”. Mientras Stan me cuenta la historia de cómo nacieron los Crips, voy anotando sus palabras con un lápiz gastado de apenas unos centímetros sobre unas servilletas marrones. Las normas de San Quintín impiden a los visitantes introducir nada salvo el carné o pasaporte, hasta treinta y un billetes de dólar para comprar comida y… un pañuelo?. Tampoco pueden vestir prendas vaqueras ni de color verde, naranja, amarillo o azul celeste. Adiós a mi pactado y fiable look de entrevistador vestido con un mono de preso en technicolor!
“Cada vez que atacaba a un pandillero, le hacía saber que había sido Tookie”. Continúa: “empiezas con peleas a puñetazos, pero es inquietante pelear con las manos porque cualquiera puede sacar un arma para hacerse el duro”
«Tookie» Williams (1ª imagen, en el centro, con sombrero) y Raymond Washington (2ª imagen, en medio), con la primera generación de Crips, la banda negra que fundaron en 1971.
A medida que su reputación crecía, también lo hacía su grupo de amigos, hasta que en la primavera de 1971se le acercó Raymond Washington. “Me dijo que sufría los mismos problemas con las bandas del East Side y le pregunté si quería que uniésemos nuestras pandillas”. Cerraron el trato unos días después en el cercano Cine Rio y según lo acordado, el viernes siguiente Washington apareció frente a un gimnasio con treinta de sus colegas. Aparecieron otros cinco grupos leales a Tookie, el número subió hasta cien y empezó la alianza entre East y West Side Los Ángeles.
“Raymond y yo nos convertimos en líderes conjuntos de lo que pronto bautizamos como los Crips” nos cuenta Stan mientras disfruta la primera de las cinco chocolatinas que le pasamos. “Competíamos para ver quién reclutaba a más gente. Atacábamos a bandas por todas partes, tenían que unirse a nosotros si querían seguir existiendo. Éramos como una marea negra, íbamos a todas partes con sombreros negros y abrigos de cuero negro en grupos de cincuenta, setenta, a veces cien tíos. Lo que no me esperaba es que los Crips arruinarían la vida de tantos jóvenes”, suspira mientras menea la cabeza. “Por eso he dedicado los últimos quince años a detener la violencia que generan las bandas”.
Le pregunto por el asesinato a tiros de Byron Lee Jr. y su corpachón enorme se hunde un poco “Ese chaval?” pregunta casi con voz susurrante “es absurdo… me dejó hecho polvo”. Al día siguiente de nuestro viaje a Compton para hablar con los actuales pandilleros, FHM recibe una sorprendente llamada de Duane Moody, el viejo amigo de Stan, para contarnos que Keva Byum, la madre de Byron, ha aceptado quedar con nosotros para hablar de la muerte de su hijo.
Llegamos frente a su bungalow en 81st Street y nos recibe su hermano Dwayne Marshall, que nos invita a entrar. “Fue el 9 de octubre, un sábado” dice Keva Byum, de 35 años, mientras indica que vayamos a sentarnos a la cocina. “Byron vino a la compra conmigo y cuando volvimos a casa me preguntó si podía salir a dar una vuelta en bici. Diez minutos después, estaba cocinando tacos cuando empecé a oir helicópteros. Entonces mi madre llegó como si hubiese visto un fantasma y dijo que la gente estaba gritando y pronunciando mi nombre”. Keva explica cómo bajó corriendo a la calle y se hizo camino entre la multitud que se acumulaba junto a un callejón. “Pasó una ambulancia sin que me diese cuenta de que llevaba a mi hijo; todo lo que vi fue su chaqueta de cuero, una zapatilla blanca, su bici y mucha sangre”.
Dos imágenes de «Tookie» Williams durante su larga estancia en prisión.
Sin saber muy bien qué pasaba, Keva fue llevada a toda velocidad al hospital más cercano, donde tras una espera agónica, los doctores la condujeron por un pasillo. “Me llevaron a una habitación con cámaras frigoríficas en las paredes” dice con el rostro insensibilizado por el dolor. “No quisieron que lo tocase, solo pude ver su cara y que tenía un tubo en el cuello. Parecía que estaba dormido”. Hacemos una pausa mientras se tranquiliza. “Tengo 35 años, he crecido en un barrio plagado de bandas” continúa “y mi niño solo ha llegado hasta los 14. Las bandas están empeorando. Los miembros mayores deberían empezar a hablar con los jóvenes y decirles que hay un camino mejor”.
Dwayne se ofrece a enseñarnos dónde murió su sobrino, le damos las gracias a Keva y la dejamos en su casa vacía y completamente en silencio. Al final de la calle, a unos cincuenta metros, nos muestra un callejón que lleva a un lugar de belleza triste, decorado con velas de colores en el suelo. “Aquí es donde celebramos una vigilia a la luz de las velas” explica “y aquí es donde fue asesinado, justo aquí”, dice señalando un trozo de cartón tendido en el suelo para tapar las manchas de sangre. En las puertas de los garajes vecinos leemos numerosos mensajes de recuerdo de sus amigos. “No tenía nada que ver con las bandas” dice Dwayne mientras se da la vuelta para marcharse. “Lo siento, pero aún estoy demasiado enfadado para hablar de esto”.
Durante ocho largos años, la “Marea Negra” llamada The Crips que Tookie y Raymond Washington habían creado recorrió las calles de Los Ángeles creando caos y violencia con balas y puños allá donde iba. Eso puso a las drogas, la megalomanía, la codicia y la suficiencia en el orden del día. “Aquello se nos fue de las manos” se encoge de hombros Stan. “Nos convertimos en aquello contra lo que luchábamos, tuvimos demasiado éxito y cuando un grupo tiene demasiado éxito, implosiona”.
En 1979 Raymond Washington murió acribillado en su coche con 25 años. Tookie fue detenido y acusado de cuatro asesinatos. “Sí, he hecho muchas cosas malas, pero esa locura no es una de ellas” afirma con contundencia “y no hay duda de que si tuviese un abogado decente, ni siquiera estaría aquí”.
*TRADUCCIÓN PROPIA DE LA ENTREVISTA REALIZADA POR LA REVISTA FHM EN MARZO DE 2005