Metieron los restos de Trofim Lemos en un caldero y se pusieron a macerarlos. Había dicho que esto y lo otro, y entonces reaccionaron así. Se lo llevaron al patio de aquella casa y dieron forma a una historia macabra.
Aparte de restos pardos de sangre y algún arañazo, los responsables de todo aquello no reportaron problemas, durmieron a pierna suelta y nunca hablaron del tema. Del mismo modo, un fontanero no le da vueltas a haber cambiado un sifón. Aunque hable con compañeros del gremio, un técnico nunca comenta los casos más rutinarios, solo los que se salen de lo corriente.
Picado fino, el cuerpo de Trofin Lemos cabía en tres recipientes hondos, lo cual se ajustaba a la norma. Luego siguieron con el procedimiento. Fin.
– Qué coño pasa, Fiorello? No paras de protestar. Corta y calla, no tienes que comentar la jugada.
– Tengo mis mierdas, sabes? Tú también tienes lo tuyo.
– Sí que es verdad, pero no dejo que eso me amargue el día.
– Pues yo no puedo. A veces cosas pequeñas me ponen de mal humor un buen rato.
– Qué ha sido esta vez?
Fiorello Curtis dejó de cortar. Enfatizó el problema gesticulando, pero era evidente que no fingía. De veras aquella gilipollez le jodía lo suficiente como para contarla e interrumpir el trabajo.
– He descubierto que llevo tres meses pagando una suscripción absurda. Un puto descompresor de archivos que se renueva semanalmente. Lo puedes creer? Y lo que más me jode es que yo mismo metí los datos bancarios en su momento. Es increíble. Se lo conté al tipo que lleva el soporte técnico, o como se llame, y hubiese dado un año de vida por destrozarlo. Al final canceló el tema y van a darme la pasta de esta semana porque solo ha pasado un día.
– Al menos lo has cancelado, puedes mirarlo así.
– Sí, ya. Y el resto de tiempo de suscripción? Tres putos meses tirando el dinero. Me cargaría a esos tipos yo solo.
– De cuánto dinero hablamos?
– Unas 90 libras, no sé. No he querido mirar bien el extracto del banco.
– Bueno, 90 libras son 90 putas libras. Normal que estés enfadado.
A Ognjen el de Voždovac, como llamaban todos a Ognjen Milovanovic, le encantaba sacarle punta a los problemas que siempre arrastraba Fiorello, un tipo más visceral que acertado en su valoración sobre lo que fuese.
El caso es que el dardo de Ognjen surtió efecto y Fiorello siguió rezongando por más de 90 libras mientras duró el trabajo.
Al cabo de un rato llevaron los tres calderos repletos a un cobertizo y, acusando el remordimiento que le causaba haber estado de mal humor, Fiorello le hizo una broma a Ognjen el de Voždovac y lo invitó a una cerveza tostada.