Los sharpies son una de las subculturas urbanas más singulares del s.XX, ya que su estilo a medio camino entre los chavs, el glam y los skinheads tradicionales los ha hecho pasar por una especie de rednecks urbanos ubicados en las antípodas.
Su cóctel de rasgos característicos incluye influencias tan variopintas como los rockers o la inmigración italiana a Australia, en cuyos suburbios obreros nacieron a mediados de los 60. A ésto hay que unir tradiciones propias de las bandas juveniles autóctonas, que desde finales del XIX venían desafiando las normas establecidas y habían originado el personaje-tipo del larrikin, un bribón descarado equiparable al pícaro hispano.
Pandilla sharp de mediados de los 70 con algunos de los atuendos más arquetípicos de esta cultura.
Con estos mimbres, los sharpies configuraron una identidad singular que, si bien fue limitada geográfica y cronológicamente, constituye un ejemplo claro de producto subcultural periférico que, quizás por ese motivo, es contemplado con cierta condescendencia o curiosidad científica en el mejor de los casos.
A pesar de ello, no siempre han sido bien comprendidos fuera de Australia, pues con frecuencia se los confunde con una versión local de skinheads sazonada con rasgos particulares como el corte de pelo mullet (corto a los lados y largo detrás), los cardigans ajustados o camisetas customizadas. Si bien esta imagen es la más conocida, lo cierto es que sus orígenes difieren bastante de ella. Viajemos al Melbourne de mediados de los 60 para conocerlos mejor.
En esa época, los mods dominaban el panorama de las culturas urbanas en los países anglosajones, y Australia no era una excepción a la regla. Sin embargo, pronto sugieron grupos antagonistas que amenazaban (literalmente) esta supremacía estética y musical. Así, mientras los mods vestían jerseys estrechos, pantalones pitillo y se cortaban el pelo como los Beatles, algunos jóvenes de barrios obreros como Richmond, Fitzroy, Brunswick o Collingwood consideraban que la elegancia iba por otro lado.
Resulta evidente que lo importante era gustar, por eso los sharps (no confundir con los skinheads antirracistas) asumieron un sobrenombre que significa «elegante», pero no está muy claro si sus preferencias estéticas iniciales y su aparición como subcultura propia se debieron a la influencia de otras culturas o fueron un resultado endógeno.
Así, si bien muchos sharpies de la primera ola (1964-70) aseguran haberse visto influidos por la cultura rocker, lo cierto es que hay pocas imágenes de esta época, y las que existen apuntan hacia otro lado, pues muestran un gran parecido con sus odiados mods. Ésto podría deberse a que el main stream de la época aproximaba a ambos grupos, aunque los sharpies ya contaban con elementos característicos como los pantalones baggy o el pelo corto.
La imagen de la primera ola sharp (1964-70) tenía poco que ver con la de los años siguientes.
Acompañaban las diferencias estéticas con una violencia inaudita que llevaban a cabo en discotecas y salas de baile donde atacaban a otras pandillas a las primeras de cambio. Por este motivo, solían ser expulsados de los recintos, así que las peleas continuaban afuera con armas como ladrillos, navajas o varas de hierro.
Ya fuese porque rivalizaban con ellos por ser más modernos, por la influencia rocker o por un simple enfrentamiento entre grupos, lo cierto es que la enemistad con los mods dio paso a una auténtica guerra y a una separación visual cada vez más notoria. En este reparto de roles, los sharpies asumieron una estética callejera que los hizo más parecidos a los skinheads y que los fue distanciando de su inicial y supuesta elegancia.
Sharpies de inicios de los 70 con clara influencia skinhead.
Durante esta segunda ola (1970-80) la subcultura sharp alcanzó su cénit, por eso la mayoría de imágenes que pueden verse en la red se corresponden con este período. Su aspecto los asemeja a skinheads con grandes dosis de estilo glam, ya que sus prendas características eran los polos abotonados y cardigans ajustados con diseños a franjas o a cuadros. Recibían el nombre de «sams» o «conties/connies» respectivamente, y su precio de 30 dólares equivalía al sueldo de dos semanas de un aprendiz u obrero no cualificado. Sin duda era un coste elevado, pero se trataba de un básico en el armario tan importante como las camisetas con el nombre de la pandilla, los zapatos de tacón afilados, las prendas customizadas, los petos vaqueros o los pantalones anchos de marcas Levi’s o Lee que compraban en tiendas como «Cusmano’s», «Acropolis & Venus» o «Mediterranean».
Los últimos coletazos de la cultura sharp llegaron hasta principios de los 80.
Complementaban su atuendo con ropa cada vez más ajustada, tatuajes sencillos y, en ocasiones, un pendiente en la oreja iquierda. En cuanto a los gustos, aparte de la violencia mostraban interés por los coches, así como por varios estilos de música, algunos cercanos al glam como Slade, Suzie Quatro o David Bowie, y otros muy diferentes, como sus paisanos de AC/DC o Status Quo; todo ello acompañado de un baile tan peculiar que merece ser visto con buenos ojos y sin complejos.
Sin embargo, la fórmula no resistió la irrupción del tornado punk. Desde finales de los 70, la nueva cultura surgida en las islas (británicas) barrió con todo a su paso, y aunque los chicos duros de los suburbios de Melbourne, Sidney o Perth se resiteron durante años, finalmente acabaron por claudicar o convertirse a la nueva religión de crestas e iconoclastia.
Derrotados como nunca lo habían sido en las broncas a pie de calle, su rastro se fue borrando hasta quedar reducidos a ser una anécdota cultural al otro lado del mundo.