La España de 1970 estaba aún lejos de conocer de primera mano a los skinheads y otras culturas urbanas, pero a través de la música y de algunos medios llegaban los ecos de una modernidad que, con dificultades, a veces cruzaba los Pirineos.
La revista «Triunfo», publicada entre 1946 y 1982, fue uno de esos escasos cauces que renovaban el panorama de una cultura esclerotizada y oficialista que miraba desconfiada a lo que venía de fuera. Sirvió por lo tanto como refugio para la intelectualidad de izquierdas, agazapada y antifranquista de una manera críptica que se escondía mejor entre las páginas culturales.
En este número correspondiente a marzo de 1970, un tal Juan Aldebarán, heterónimo del periodista Eduardo Haro Tecglen, se adelanta una década a la irrupción de los skinheads en España con un reportaje pionero y de gran valor, pues no solo es contemporáneo a los hechos, sino que analiza el fenómeno desde una perspectiva antropológica que trasciende a lo descriptivo a secas.
Vinculando a los skinheads con un contexto socioeconómico y cultural más amplio, el reportaje trasciende a la anécdota y sirve para encuadrarlos de forma global. Es más de lo que hicieron a posteriori los periodistas e historiadores de cualquier época, al menos en español, lo cual multiplica el valor de este documento que cuenta con el añadido de emplear el marxismo cultural como herramienta de análisis y de atreverse a hacerlo de forma explícita. No era frecuente en la España de Franco.
Sin más, os dejamos con el artículo. Las conclusiones y los matices ya los ponéis vosotros.
Sweet & Dandy
«Botas, alcohol y cabezas rapadas»
Se les ha comenzado a ver en el East End de Londres. Algunos grupos merodean hacia el sur del Támesis. Forman ya un pequeño grupo sociológico. Tienden a internacionalizarse. Son los skinheads, los cabeza rapada [sic]. Una nueva forma en las bandas de adolescentes. Tienen de quince a diecinueve años: se han visto algunos menores, algunos mayores, pero son la excepción. También es minoritaria la presencia entre ellos de muchachas. Es un grupo sociológico con tendencia a la rudeza, fuerza, músculo. Las muchachas de entre ellos tienden a llevar el pelo corto como tributo de admiración al hombre, de la misma forma que los hombres de los grupos hippies y afines tienden a llevar el pelo largo para mostrar su solidaridad con la mujer, su no-inferiorización de las formas típicas de la mujer. Toda moda, ya se sabe, tiene su sentido. Los cabellos largos suponían un rechazo de la sociedad viril, constituida como sociedad militar en la paz. La cabeza rapada es una reacción contra esa reacción. El comportamiento está en consonancia.
Racismo en estado primitivo.
En el otro extremo de la cabeza rapada aparecen unas botas de campo [sic]. El pantalón suele ser vaquero, o de pana, sostenido con tirantes sobre una camisa sin cuello, y una zamarra. A primera vista parecen trabajadores. Falla que, precisamente, no son trabajadores. Su atuendo ha sido descrito como una caricatura del trabajador. Generalmente proceden de una clase subproletaria, lo que en lenguaje de Marx se llamó el lumpenproletariat. Su procedencia es generalmente esa: fracasados en la escuela, inhábiles para los trabajos prácticos, errantes de la cultura y del oficio, con un destino problemático, el destino del obrero sin calificar, de un peón de simple mano de obra, en un país de alto desarrollo, que recluta esa mano de obra en el extranjero subdesarrollado, creando así una especie de aristocracia racista laboral. Probablemente por eso algunas de las víctimas predilectas de estos cabezas rapadas son los inmigrantes extranjeros. Principalmente, los de color. Es el racismo en su estado primitivo.
Una pequeña delincuencia.
Porque estos jóvenes entran, inevitablemente, en la esfera de la pequeña delincuencia. A la antigua usanza. Desprecian las drogas de los hippies, pero exaltan el alcoholismo. Combaten en las calles. Nietzscheanos sin saberlo, practican el odio al débil. El minoritario y asustadizo obrero extranjero, para quien una pelea callejera puede suponer la expulsión del país, el hippie, la mujer solitaria, los homosexuales, los ancianos, figuran entre sus víctimas predilectas. Otras veces irrumpen con sus botas claveteadas en fiestas juveniles. Si los hippies son ángeles caídos, voluntariamente descendidos de unas clases medias o superiores, que abandonaron para buscar una forma de cultura nueva, con todos sus riesgos, los skinheads no han caído, porque estaban ya en el último extremo de la escala social y aun fuera de las denominaciones clásicas de las clases sociales. Se consideran como sin clase. Se consideran sin oficio, se consideran sin cultura, víctimas de una sociedad donde solo un mínimo de cultura y un mínimo de oficio permiten una supervivencia digna. Se afirman en esta situación, hacen de ella su principio y fuerza.
Rechazo de la cultura.
Obedecen, por lo tanto, a unas formas externas de la extrema derecha agresiva. Escuchan frecuentemente acusaciones de nazis, de fascistas. No las rechazan ni las aceptan. Las dejan pasar. Algunos sociólogos estiman que estas formas nietzscheanas y nazis son solamente de índole cultural y no política, que no son más que una protesta desesperada de su situación y que, finalmente, la procedencia de una verdadera clase social desfavorecida debería inclinarles a posiciones de izquierdas. Todo ello es discutible y, probablemente, carece de sentido. Su rechazo de la cultura —una renuncia a algo que antes ha renunciado a ellos, no ha perdido tiempo en asumirles o recuperarles— se refleja incluso en su lenguaje. Rechazan incluso las palabras. Sus signos convenidos, su lenguaje inferior se expresa por letras. La «A» es indicativa de Aggro, a su vez apócope de «agravante», lo cual significa para ellos disturbio, motín, pelea. La «B» es inicial de Bill, por lo que se entiende «policía». «C» es Cut Out, señal de huida, de disolución, de retirada. «S» es Sort, la muchacha. Cuando se les pregunta por sus propósitos, por su intención, por su futuro, ríen. O se quedan pasmados. Oscuramente, quizá su propósito sea el de una llamada desesperada a la sociedad para que les tenga en cuenta a la fuerza, para que cuente con ellos y les asuma de algún modo. Para seguir siendo los olvidados de los que ya se ocupó Buñuel, hace tantos años, en la sociedad mejicana [sic].
Hacia la integración.
Puede ocurrir, en efecto, que sus formas externas sean integradas. Como ya pasó con la música de los negros, las barbas de Fidel, las blusas de los hippies, las melenas de los beatniks. Puede ocurrir que su modo se convierta en moda para ciertos sectores de la sociedad. Puede ocurrir que sean precisamente los sectores de la sociedad privilegiada, que coinciden, por motivos radicalmente opuestos, en la lucha contra la llamada sociedad permisiva. Los cabezas rapadas se enfrentan con esa sociedad permisiva porque no pueden gozar de ella, porque están definitivamente out, porque para ellos no hay tolerancia, no hay acceso. Los grupos sociales opuestos a la tendencia permisiva lo hacen, en cambio, por el carácter exclusivo del círculo mágico, por no compartir con masas sus privilegios tradicionales, por la repugnancia a la que la tolerancia se abarate. Cuando se produce el entendimiento entre el círculo mágico y los olvidados, los excluidos, el lumpen, los cabezas rapadas, es cuando se organiza el fascismo. De momento, son solo unos grupos errabundos por los márgenes del Támesis, acechando el paso del pakistaní solitario, de una pareja unisexo, bebiendo en grupo una botella de whisky atrapada en una fiesta interrumpida, peleando por el placer de hacerlo y por atraer la mirada de la «S» del grupo hacia el más fuerte. Hacia el jefe de la tribu. Como en un regreso hacia los tiempos más lejanos.