Los mitos (del griego μῦθος, mythos, relato) son el mecanismo empleado por todos los pueblos del mundo para definirse a sí mismos y distinguirse de sus vecinos. Contribuyen a definir claramente el nosotros y también el ellos; a remarcar, en definitiva, quién pertenece a la comunidad y quién no.
Desde este punto de vista, no debe extrañarnos que las mitologías busquen siempre rasgos que demuestren la originalidad de la cultura propia e incluso su superioridad frente a otras. En otras palabras, tienden a mostrarse como depositarias de una tradición primigenia que no solo no ha recibido influencias externas, sino que las ve como una amenaza que debe ser combatida.
Aunque la griega es la más conocida, todos los pueblos tienen una mitología con la que explican su origen. En la imagen, ánfora que representa a Aquiles y Pentesilea.
Así, la mitología que los pueblos construyen a su alrededor no es otra cosa que una cosmovisión idealizada en la que ellos desempeñan un rol principal. En ella prevalecen las características positivas e incluso heroicas. Podemos decir que la exageración es algo consustancial a este tipo de construcciones.
Si al deseo innato de destacarse unimos el enfrentamiento con otros pueblos, las ansias de diferenciación se disparan. El nosotros se define no solo en base a los rasgos propios, sino que éstos se contraponen a los del enemigo: valor frente a cobardía, hombría frente a afeminamiento; oposición, en definitiva, entre lo original y lo decadente, por más que esto último pueda acabar triunfando.
Partiendo de estas premisas, sería imposible entender la mitología de un pueblo sin atender a la relación que mantiene con los de alrededor, y esta máxima puede aplicarse a cualquier contexto. En el que nos ocupa, no entenderíamos la cultura de Escocia sin atender a su relación con respecto a Inglaterra e, incluso en mayor medida, a la existente con sus vecinos de Irlanda.
Paisajes remotos y druidas forman parte de la mitología y cultura celtas, en las que se incluye Escocia.
Por último, la mitología escocesa despierta un especial interés gracias a dos factores. El primero es que, al ser Escocia un apéndice de la cultura hegemónica a nivel global (la anglosajona), sus tradiciones son conocidas en todo el mundo. El otro es que, a pesar de su arraigo, los mitos más conocidos de la cultura escocesa son tan recientes que en ningún caso se remontan a antes del XVIII.
Teniendo esto en cuenta, y sin negar la singularidad o importancia de los rasgos que definen Escocia, analizaremos el papel que juegan Highlands, tartán, kilt y gaitas en su mitología.
-Highlands: mejor cuanto más remoto.
Pensar en Escocia es pensar en paisajes rurales y agrestes, un tanto incivilizados pero repletos de dignidad, valores eternos y hombría. No importa que Escocia haya sido la cuna del capitalismo y de una vertiente fundamental de la Ilustración, ni que ambas teorías sean la base del mundo contemporáneo. No, los escoceses prefieren verse como hombretones rurales e íntegros, oriundos de un vergel prístino.
La idea de lo campestre como depositario de esencias originales es tan común a nivel mundial que basta nombrar el Paraíso cristiano, la Arcadia ideal de Virgilio o el subgénero pastoril para entender la campiña escocesa como una versión idealista del mismo tema, solo que Escocia la construyó más tarde.
En general, la ciudad mira al campo con aires de superioridad. El propio concepto de civilización como opuesto a barbarie tiene su origen en la palabra latina cives, que significa urbe. Igualmente, el conjunto de normas y reglas para mostrarse en público recibe el nombre de urbanidad, dando a entender que los modales rústicos son toscos e inadecuados. Cómo es posible entonces que alguien se muestre orgulloso de su carácter rural?
Verde, brumoso y agreste. El paisaje típico de las Highlands pretende evocar la bravura de Escocia.
Suele ocurrir que las sociedades rurales subordinadas a una cultura urbana hegemónica se identifiquen por eliminación con valores opuestos a los dominantes. Es un intento de distinguirse, de definir un carácter propio que los caracterice.
En el caso de Escocia, las derrotas frente a Inglaterra (Acta de Unión de 1707; batalla de Culloden, 1746) le obligaron a asumir un rol secundario que vino acompañado de una asimilación cultural cuyo rasgo más evidente es la adopción del idioma inglés. Frente a esa derrota, la identidad escocesa solo podía reivindicarse mediante rasgos tomados del área menos sujeta a la influencia foránea. Dicha zona, menospreciada durante siglos debido a su atraso, eran las Tierras Altas o Highlands.
La película Braveheart (1995) recogió los principales mitos de la identidad escocesa y contribuyó a la creación de una nueva mitología contemporánea entorno a la figura de William Wallace.
Así, a mediados del XVIII, la ruda Escocia del norte dejó de ser despreciada por sus paisanos para considerarse una Arcadia a recuperar, caracterizada por rasgos y valores auténticos y, sobre todo, distintos a los ingleses.
Dicha interpretación chocaba con un problema: la cultura y etnia escocesas previas a la dominación inglesa no eran autóctonas, sino que su origen estaba en Irlanda. Genes, literatura, música e incluso el idioma gaélico venían de la isla de al lado, y nada tenían que ver con lo que vieron los romanos en Caledonia varios milenios antes.
La solución tuvo nombre propio, o más bien apellido: Macpherson. Lo compartían dos eruditos, llamados John y James, que construyeron una idea de Escocia a la medida de sus necesidades. En ella, las Tierras Altas eran el génesis de la cultura irlandesa y no al revés. Por el camino inventaron poesías, legajos, autores y tradiciones, resumidas en la obra de un bardo mítico llamado Ossian. Fue un fraude burdo y bien conocido, pero cuajó. Desde entonces (1760), las Highlands constituyen la cuna de la cultura escocesa, por más que la mayoría de sus habitantes siempre haya estado en las tierras bajas.
James Macpherson y una edición de un poemario de su autoría que atribuyó a un bardo celta llamado Ossian, una invención con la que pretendía dar abolengo a la literatura escocesa.
En la próxima entrada: «Tartán y kilts, diferenciarse a primera vista» y «Gaitas: instrumentos reconvertidos para la guerra».