Leo sin estupor que las personas que están entre el 10% de los más ricos del Reino Unido no consideran que sean ricos. En una era marcada por el delirio y la subjetividad, la imagen propia y la del vecino oscilan entre vaivenes de vértigo, pero el timón sigue firme mientras se traza este rumbo: YO voy primero, y lo que pase luego ya se verá. De otra manera sería posible que en medio del baile de máscaras se hubiese avanzado un poco hacia la igualdad, pero el caso es que el destino es el mismo y la ruta no se varía, así que aunque sea a tientas, las cosas siguen como ya estaban.
Resulta que este concepto sobre sí mismos de los más ricos no esconde modestia alguna, sino que es una finta para esquivar la fiscalidad; un pase al hueco mirando al tendido a lo Laudrup, un viejo truco o como queramos llamarlo. De fondo colea una reivindicación concreta: que cierto nivel de ingresos no impida acceder a derechos sociales, o lo que es lo mismo, pagar tan poco como las rentas más bajas para acceder a las guarderías y otros «derroches» de papá Estado. En otras palabras, un nuevo caso de bono social para millonarios, pero en versión británica, pues no solo en Madrid cuecen habas, y los ingleses miran las beans por antonomasia, no en vano, lo del capitalismo se inventó allí.
Si esto no es lucha de clases, que venga Marx y lo vea, que Lenin disponga ahora que ha sido su aniversario, y que la clase obrera se enzarce entretanto por ver quién gana en lo de estar puteado, en lo de cobrar bien poco y en eso de sufrir más. Es lo que yo querría si fuese miembro del club selecto de los más ricos: ver al currante llamando pijo al que está a su lado y centrando su ira en neutralizarlo.
Ambos extremos comparten un mismo análisis: una autoimagen distorsionada, aunque el motivo no es el delirio, sino el afán egoísta vestido con ropas sociales. Partiendo de esto, puede uno incluirse en el grupo que quiera, en el de los ricos o en el de los menesterosos, en el que marca la biología o en el del trastorno mediático, pero no se hagan líos con el destino: la ideología expresada en público empieza donde termina el amor a uno mismo.