A día de hoy, cualquier situación contiene tres ingredientes básicos: razones ocultas, una teoría y una condena ipso facto. Seguro que así ha sido siempre, pero antes no lo sabíamos. Se vivía en la leve ignorancia que da la sospecha sin pruebas, por eso la fe ha sido un valor en alza que prometía algo mejor y ayudaba a confiar en lo malo.
Con los avances de la tecnología, tal candidez ya no existe. El acceso a la información sesgada es un arma poderosísima, y la empuñamos con confianza ciega como se hacía antaño, solo que ahora no tiene nada reconfortante. Ya no hay promesas. No alivia nada. Es munición a secas y está de saldo.
Por el camino los justicieros del pensamiento van rastreando víctimas, que a diferencia de tiempos remotos, pueden ser ya cualquiera. No es necesario un hereje, o un invasor: nos conformamos con lo distinto. En esta categoría entra todo, así que la barra libre se traduce en ingesta adictiva pero poco reconfortante, más bien compulsiva y con frecuencia feroz.
Lo que queda es un panorama terrible que empuja al miedo hacia el fuego amigo, póngase esto entre mil comillas, pues lo cercano es casi siempre la causa y de la proximidad al roce tan solo hay un paso. Quizá por eso decía Churchill que los rivales están enfrente y los enemigos detrás; Sartre situaba el infierno justo donde el vecino y Mateo Alemán juzgaba que el colega de profesión es el peor enemigo.
Ante esta marea nos resguardamos o nos ponemos a caldo, pagamos con creces o disparamos a ráfagas, y si es a la libanesa mejor, parapetados tras una esquina y sin apuntar. Después de todo, la razón verdadera de los esfuerzos no suele ser la que se declara, por eso suenan absurdas tantas proclamas. Cuanto más gruesas y maximalistas, más ganas, o como decía el otro sobre las drogas, cuanto peor, mejor.
Hubiese pagado por ver un debate entre teólogos bizantinos en su momento, o a mercaderes fenicios intercambiando algo, sumidos todos en terribilità miguelangelesca, que surgió quizás como respuesta inconsciente al estrés de las cortes renacentistas y los ambientes papales.
Hoy muchos buscan en la política lo que otros creían encontrar en la Iglesia, y como política es todo, hasta la familia, y Dios es omnipresente, estamos las 24 horas con la pistola cargada y el mundo entero en el punto de mira de nuestros teléfonos. Pueden probar a apagarlos, pero no se ilusionen. Tendrían el mismo efecto que un crecepelo.