Cuando el «Empire Windrush», un barco militar de transporte, atracó en Tilbury (puerto de Londres) el 21 de junio de 1948, pocos podían imaginar que la música y la cultura inglesas estaban a punto de cambiar para siempre.
Había salido de Kingston (Jamaica) el 23 de mayo con 1027 personas a bordo, de las cuales 802 tenían nacionalidad jamaicana. Aprovechando una ley migratoria todavía benevolente con las colonias, los caribeños pagaron entre £28 y £48 por el pasaje y a su llegada poblaron barrios como Brixton y Notting Hill, que desde entonces se transformaron completamente.
La savia nueva constituía mano de obra barata para un Imperio Británico en decadencia, pero su aportación clave se produjo en el ámbito cultural. En sus maletas, los inmigrantes traían ritmos locales como el mento o calypso de Trinidad, que mezclaban con los sonidos negros de Estados Unidos. En este sentido, compartían con Inglaterra la subordinación, pues ambos países se habían rendido a la nueva metrópoli.
El HMS Empire Windrush es el origen de la inmigración jamaicana a Inglaterra. Como curiosidad, era un barco expropiado a los nazis tras la IIª Guerra Mundial.
Corrían los años 40 y la hegemonía yanqui se traducía, en lo tocante a la música, en el predominio de estilos como el jazz y un blues más movido llamado R&B. Los clubes ingleses los programaban para su público blanco, casi exclusivo en la isla, pues a pesar del origen negro de aquel sonido, traía el marchamo elitista de Norteamérica.
Así, surgieron locales como el Flamingo, cuyo nombre rendía tributo a un clásico de Duke Ellington y daba pistas sobre su estilo. Fundado en 1952 en Leicester Square, acabaría por trasladarse a la calle Wardour cinco años más tarde. Fue en ese local de fachada minúscula donde se haría célebre, pues programaban jazz vanguardista en directo y todo tipo de música afroamericana.
Gracias a artistas como el nigeriano Billy Olu Sholanke o el jamaicano Joe Harriott, el club pionero del Soho y otros como el Americana se convirtieron en referentes para la población negra, nutrida como hemos visto por jamaicanos que se asentaban en Londres en cantidad creciente y por soldados de Estados Unidos.
Para finales de los 50, el predominio de la música yanqui era ya universal y dio paso a un nuevo estilo que lo cambió (casi) todo. Mezclando R&B con country, gospel y aportaciones que daban protagonismo a la melodía, nació un pegadizo estilo que se llamó rock and roll. Causó un terremoto de proporciones bíblicas, pues lo escuchaban no solo los negros y aquellos blancos que pretendían el malditismo, sino también las audiencias blancas y biempensantes de todo el mundo.
Pese al éxito relativo de artistas como Fats Domino, el rock & roll pasó desapercibido en Jamaica. Indirectamente, esto permitió que naciese el ska.
Quizá por ello, los negros de ambos lados del charco se distanciaron del nuevo estilo que, como todos, también habían creado ellos. Puede que no les gustase su comercialidad, por eso apostaron por nuevas versiones de sus estilos de siempre, un jazz moderno y distorsionado que llegaría a desdibujarse, y un R&B más bailable que de costumbre.
El Londres de finales de los 50 también fue testigo de esta efervescencia sonora, y por vez primera en su historia, lo hizo como protagonista. El viejo imperio basado en comercio, industria y navegación podía por fin presumir de su música, aunque fuese gracias a gente venida de otros países.
Lo cierto es que en los clubes del Soho que marcaban la pauta en lo musical, la tradición inglesa pintaba bastante poco. El modern jazz había sido su principal propuesta desde principios de los 50, atrayendo no solo a afroamericanos, sino a una juventud vanguardista y blanca que, a imitación de los hipsters de los Estados Unidos, buscaba en el bebop un toque de malditismo sofisticado. Como venía ocurriendo allí desde hacía décadas, para ser hip había que bajar al infierno. Fue así como nacieron los mods.
Emplazamiento original del Flamingo en el sótano del Hotel Mapleton, cerca de Leicester Square. Sería el punto de encuentro para los mods en el nuevo local de Wardour St a partir de 1957.
Sin embargo, la pretensión y el refinamiento tenían poca cabida entre los inmigrantes negros establecidos en Londres. Si iban a clubes como el Flamingo era porque pinchaban su música y porque podían bailar. Por eso, a medida que su presencia iba aumentando, el jazz preciosista de los modernos fue dando paso al ritmo bailable del R&B.
Cuando a finales de los 50 el terremoto del rock lo sacudió todo, la mayoría de sellos americanos dejaron de producir R&B. Respecto a eso, los jamaicanos nadaron contracorriente. Tanto en su isla de origen como en Inglaterra, pasaron del rock y siguieron pinchando rhythm and blues en sus fiestas, ya fuese en los conocidos sound systems de nombres extravagantes (V-Rocket, Sir Nick The Champ) o en los garitos de Londres.
En ambos casos, la exclusividad de los temas era un objetivo para los promotores, por lo que, si la producción de R&B decaía, alguien debía cubrir la demanda. Fue así como los dueños de los sound systems de Kingston se convirtieron en productores improvisados, haciendo en la isla el rhythm and blues que Estados Unidos ya no creaba. La evolución autóctona de este estilo dio lugar al ska, un ritmo más pegadizo que dominó Jamaica a principios de los 60.
Mientras tanto, los jamaicanos de Londres exploraban la vía abierta por sus paisanos. Pese a su doble condición de subordinados (respecto a Inglaterra y a Estados Unidos), la música creada por ellos mismos era el nuevo canon en clubes como el Flamingo o Americana, donde el rock tampoco tenía excesivo predicamento.
Parejas en el exterior del Americana Club (1955). Su carácter interracial sería impensable en Estados Unidos, pero en Londres, los soldados americanos gozaban de un status cosniderable.
Interrogado sobre el motivo, el musicólogo y periodista Lloyd Bradley responde de forma clara: «pregunta a cualquiera que estuviese metido en la escena en aquel momento y te dirá que, simplemente, Buddy Holly, Jerry Lee Lewis y compañía no eran lo bastante emocionantes». A esto habría que sumar el exceso de comercialidad, una causa apuntada por Phil Etgart en un estudio de 2011 sobre la música que se pinchaba en los primeros sound systems.
Debido a esta mezcla de autenticidad y capacidad de baile, el R&B jamaicano derivó en un estilo nuevo que arrasó entre la población local. Exportado a clubes de Londres repletos de inmigración jamaicana y de blancos que se acercaban al lado salvaje, el ska surgido a principios de los 60 se convirtió en negocio jugoso a ambos lados del Océano Atlántico.
En poco tiempo surgieron sellos dispuestos a explotar el filón, no solo en la Jamaica materna, sino en el Londres cosmopolita dispuesto a sacar tajada.
Continuará.