El CSKA jugaba como local, pero para mi sorpresa, el clásico de Sofía no se celebra en su estadio, sino en el campo donde juega la selección. Para complicar un poco las cosas, este recinto se llama Estadio Nacional Vasil Levski, pero no tiene nada que ver con el PFC Levski, el equipo de fútbol, sino que ambos comparten el nombre de un héroe del XIX que lideró una revuelta contra los turcos.
Por suerte ambos estadios están al lado, en medio de un parque grande en el centro de la ciudad que, de no estar infestado de policías, invitaría a batallas de hooligans terroríficas tipo «The Warriors». La imaginación vuela al pasar por ahí y ver los graffitis que van decorando todo y delimitan el territorio.
Tanto el estadio del CSKA como el Nacional son muy parecidos. Formato balcánico: ovalados, sin voladizo ni cubierta salvo en el palco, con pistas para atletismo que no usa nadie y un aforo que ronda las 40 mil plazas. El derby se juega en el Levski (llamémosle Nacional para no liarnos) porque en teoría el otro no cumple algún tipo de normativa, pero si yo fuese aficionado del Botev Plovdiv o de cualquier otro equipo búlgaro, me jodería el agravio comparativo. Así que para nosotros sí vale el estadio viejo? Por qué? Silencio administrativo.
El caso es que el estadio del CSKA está rodeado por campos de entrenamiento y un bar con terraza que gestionan los propios hooligans, encargados de decorar todo con los graffitis habituales en estos casos. Bajo las gradas se entrenan artes marciales, abundan los tipos con malas pintas y no parece que haya separación de poderes respecto al club. De todos los grupos, los Animals parece que llevan la voz cantante, y así se encargaron de demostrarlo en Europa con un desplazamiento importante a Roma una semana antes. No es una plaza fácil para los visitantes, pero allí los búlgaros daban miedo.
Acceso al estadio del CSKA. Los hholigans mandan
Pese a que no se jugaba el partido en su campo, las entradas para los aficionados del CSKA sí se compraban en sus taquillas, y como tenía que decantarme, opté por ir a la zona roja. Es un decir: estos tipos son nazis con ganas. Tanto, que el color rojo y las estrellas de cinco puntas que representan al club parecen anacronismos en este ambiente.
En cuanto a los aficionados del Levski, podían comprar sus tickets en unas casetas de obra azules que hay en los principales accesos al estadio donde se jugaría el partido. Me supo a poco, así que decidí también visitar su estadio. Se llama Georgi Asparuhov, es parecido a los otros pero en azul, está razonablemente lejos, en un barrio que se parece a Aluche y tiene alambre de espino en los muros, lo cual da un aire de autenticidad muy vintage. En este tipo de campos, si un poste en mitad de la grada te impidiese ver el partido, no pasaría nada.
Por suerte estaba abierto de par en par, entré hasta la cocina, que en estos casos implica pisar el césped, y por educación le pregunté a un empleado si se podía pasar. Se encogió de hombros como diciendo «si me preguntas, tendría que decirte que no» y siguió llenando un caldero con agua. Saqué unas fotos y no chuté a puerta porque soy un zoquete con el balón, así que al rato el utillero me dijo sin muchas ganas que fotos no, más por poner límites al asunto que por guardar en secreto cómo se ve el estadio.
A diferencia de algunos derbis más teatralizados, sin apenas corteos ni ambiente real en las gradas (los de Madrid o Barna, sin ir más lejos), el día que se jugó el partido había jaleo desde por la mañana. Mejor dicho, el centro de la ciudad estaba peinado por multitud de patrullas de ultras del Levski buscando a sus enemigos del CSKA. Supongo que se reparten los barrios, y como ocurre en Belgrado con los aficionados del Partizan, el centro y zonas turísticas son territorio del Levski. Allí ese reparto no está anunciado por omnipresentes graffitis como en la capital de Serbia (quizá el único sitio donde casi no hay tags ni pintadas raperas, solo hooliganismo y marcas de territorio), pero ese día se percibían bien las fronteras que de otra forma podrían pasar desapercibidas para un profano.
Por pura casualidad me crucé el corteo de los del Levski, un grupo modesto en número pero aceptable y con un aspecto que intimidaba. A cierta distancia, seguí con ellos hasta el estadio, donde me dirigí hacia el sector CSKA y, sin despeinarme, me incorporé a una procesión similar de color contrario, llena runas, símbolos raros y calaveras totenkopf. No tardé en separarme y entré en el campo.
Estadio del Levski. Formato balcánico clásico.
Aunque el grueso de aficionados ocupaban los fondos, éstos están compartimentados, de modo que no tienes acceso libre a todas las zonas del mismo. Mi zona, que estaba a la altura del córner, era algo más tranquila, pues el meollo que dirigían los Animals con gritos atronadores y banderas de estética nazi estaba detrás de la portería.
Lo de que era una zona tranquila es un decir: así a ojo diría que el 70% de los presentes eran hooligans o podrían serlo de proponérselo. Tipos pelados, grandes, con buenas pintas y malas pulgas. La mayoría de los que tenían allí su entrada pasaron al otro lado por diferentes vías sin que ningún steward hiciese nada, cosa que puedo entender. Los que se quedaron no eran más blandos: la mayoría eran tíos del mismo pelaje que habían ido con sus familias o, en el mejor de los casos, algún verso suelto como yo mismo.
Empezó el partido y todo fue impresionante, cosa que ya había notado desde el principio. Cantos atronadores con cierto abuso del «puta Levski» (un clásico, da igual el campo), tifo muy aceptable, muchas pancartas mensaje y enorme presencia numérica. Eché de menos la pirotecnia, pero con lo que había era suficiente para sacar nota alta. Lo más notable, y que no he visto en más campos, es que prácticamente todos los asistentes eran varones, potencialmente hooligans y jodidos, con una media de edad avanzada que haría palidecer a la mayoría de grupos de más renombre. No sé lo que pasaría en caso de enfrentamiento directo, pero entre los hooligans del CSKA había bastante más grano que paja.
Al otro lado, el Levski estuvo a la altura. Era esperable: hace unos años apalizaron al líder de sus rivales, llegando a ofrecerle una pelea pactada en pleno directo de la televisión, oferta que él declinó amablemente. Supuso un escarnio del que los hooligans del CSKA han tardado en recuperarse.
Finiquitado el partido (bastante bueno, por cierto) con remontada y victoria local, la policía nos retuvo más de una hora en la grada para evitar altercados. En ese impás, los tipos duros se quitaron la máscara y se dio una escena que no olvidaré nunca. El ambiente gritón y tenso dio paso a un silencio casi absoluto en el que todos hablaban como el de al lado como en la sala de espera del médico o justo al entrar a misa, como esperando un trámite que quieres que acabe ya.
Invasión pactada mientras se retenía a los aficionados del CSKA para evitar enfrentamientos en el exterior del estadio.
Miraba uno a uno a aquellos tipejos y parecía una escena irreal iluminada por una puesta de sol preciosa. Bajo esa luz colorista y cálida, parecían gente normal, puede que incluso amable. Eran cualquier vecino que no sabe a dónde mirar si coincides con él en el ascensor.
Se amenizó la espera dejando bajar al campo a los chavales de las categorías inferiores del club, lo que abrió la puerta a una invasión pactada a las pistas que me permitió sacar buenas fotos a ras de campo y tener una perspectiva de la grada tan óptima como infrecuente. Pasado un rato, aquellos animales (así se llaman) parecían tan dóciles como los niños que también esperaban a ser liberados. Ambos mataban el tiempo del mismo modo, jugando a pegarse y haciendo bromas pesadas. Me pareció curioso el contraste entre la imagen representada y la actitud cuando no apuntan las cámaras.
Ese perfil poco habitual eclipsó todo lo demás, lo cual es decir bastante en un derby que, en lo tocante a gradas y con permiso de Grecia, considero el más potente de los Balcanes en la actualidad.