La fuerte rivalidad entre franceses e ingleses ya no es lo que era. Ya no se cuentan chistes de piques entre ambos países, ni siquiera metiendo por medio a un español que acabe llevándose el gato al agua. Tampoco en los institutos obligan a los alumnos a decantarse por uno de sus idiomas, siendo posible que incluyan en sus currículos un bajo nivel en ambos. Llevando el antagonismo al fútbol, que es como se miden las cosas ahora, un Inglaterra-Francia hoy en día es un partido de media tabla, un cruce de Europa League con equipos raídos, unos octavos de Copa jugados en pleno martes.
En el presente, las cifras desorbitantes ya no recorren París y Londres en casi ningún sentido, e incluso Estados Unidos cede terreno ante el empuje de China y las monarquías del Golfo en ámbitos como los rascacielos o el lujo.
Sin embargo, hubo un momento en que el mundo giraba entorno al Canal de la Mancha, y los mandatarios de ambos países se repartían el globo como si fuera un pastel de carne. Prueba de ello son las fronteras de las antiguas colonias, tan antinaturales y rectilíneas como el boato de los despachos donde se diseñaban.
Los piques entre vecinos tienen un punto ridículo cuando se ven desde fuera, y los veríamos pueblerinos si a veces no confrontaran a las potencias mundiales. Por suerte, no siempre derivan en guerras, sino que a veces nos brindan momentos de hilaridad, como el día en que los ingleses quisieron plantar una imitación de la Torre Eiffel en un parque a las afueras de Londres.
A finales del XIX, cuando las balas lo permitían, la competencia entre los países se dirimía en grandes exposiciones en las que se mostraban las excelencias propias a los rivales. En ellas se construían símbolos que demostrasen el poderío industrial y científico, y en ese contexto nace la Torre Eiffel, diseñada para la Exposición de París de 1889, año del centenario de la Revolución Francesa.
Las exposiciones universales alimentaban la competencia entre las potencias industriales del XIX. En las imágenes, exposiciones de Londres (1851) y París (1889).
Pese al rechazo inicial que suscitaban su altura y su fealdad (el hierro desnudo aún no tenía valor artístico), la torre logró su objetivo y se convirtió en el epítome de París y de Francia, eclipsando por el camino al símbolo inglés de la exposición del 51, el Crystal Palace que coronaba Hyde Park.
Rabiosos por el golpe encajado, los industriales ingleses se plantearon un contraataque. El encargado de proponerlo fue Edward Watkin, diputado y presidente de la Metropolitan Railway, la compañía ferroviaria que construyó el Metro de Londres y le dio nombre.
La idea era simple: hacer una torre Eiffel como la de París, pero más grande. El lugar elegido fue el entonces lejano parque de Wembley, situado a 12 kilómetros del centro de la ciudad. Allí se ubicaba desde finales del XVIII un área de esparcimiento que recreaba un mundo rural idílico, con jardines salvajes ajenos al ideal versallesco, casas de campo e incluso granjas y explotaciones agrícolas.
Edward Watkin, presidente de la Metropolitan Railway e impulsor de la torre de Wembley. Como puede leerse en la imagen, la construcción de un túnel bajo el Canal de la Mancha fue otro de sus proyectos fallidos.
En 1881 la Metropolitan Railway de Edward Watkin acababa de conectar el centro de Londres con la cercana localidad de Harrow, por lo que decidió comprar las parcelas no urbanizadas que había en medio. Allí proyectó un nuevo parque con lagos artificiales, salones de té, pistas para atletismo y campos de fútbol y críquet, completando la apuesta por esa zona mediante la adquisición del propio parque de Wembley, por el que pagó 32 mil libras en 1889.
Es ahí donde entra el proyecto de la Gran Torre, también conocida como Torre de Wembley, de Watkins o de la Metropolitan, y que fue concebida como reclamo para atraer clientes al parque y a la línea de metro que lo cruzaba.
El propio Gustave Eiffel recibió el encargo, aunque lo declinó alegando que sus paisanos no lo verían como al patriota francés que era. Ante la negativa del ingeniero estrella, se convocó un concurso en cuyas bases se establecía que la estructura debía basarse en cimientos sólidos, ser resistente a las inclemencias del tiempo, tener ascensores hasta la cima, establecimientos comerciales en varios pisos, dotarse de luz eléctrica y estar hecha preferentemente de acero.
A la convocatoria de 1889 se presentaron 68 proyectos, de los cuales más del 50% se parecían en gran medida a la Torre Eiffel. También abundaban los parecidos con otras torres famosas, como las de Pisa, Babel o el templo de Angkor Wat en Camboya. En medio de tales muestras de originalidad, el fallo no sorprendió a nadie, pues el diseño elegido en 1890 fue, en efecto, una copia deliberada del símbolo de París.
Ganó el nº 37, a cargo de Stewart, MacLaren y Dunn. Medía 366 metros, 45 más que la torre Eiffel, tenía una base en forma de octógono y contaba con restaurantes, jardines, salones de baile, baños turcos y 90 plazas de hotel. En la cima, un sanatorio con aire fresco (el Londres de entonces era un lugar humeante) y un observatorio astronómico. La obra sería supervisada por Benjamin Baker, autor del Puente de Forth en Escocia y de la primera Presa de Asuán.
El nº 37 fue el diseño elegido para la Torre Watkin. En la otra imagen, algunos de los proyectos que no fueron seleccionados. Salvo unos pocos, la mayoría se parecían sospechosamente a la Torre Eiffel.
Para llevar a cabo el proyecto se constituyó la Tower Company Ltd, que comenzó las obras en 1893, en paralelo a las infraestructuras del parque. Aunque la compañía pretendió financiarlo mediante crowdfounding, los resultados fueron peores de lo previsto, por lo que se simplificó el diseño para bajar los costes.
El nuevo Parque de Wembley fue abierto al público en mayo de 1894, con la torre apenas en sus cimientos. Cuando pararon las obras al año siguiente, se habían edificado 47 metros, los suficientes para detectar los fallos estructurales surgidos tras la revisión del proyecto, que implicó la reducción de ocho pilares a solo cuatro. Al cabo de cuatro años, las obras se detuvieron definitivamente, permaneciendo inacabadas hasta su definitiva demolición en 1907.
La Torre Watkin solo alcanzó el primer piso antes de ser demolida en 1907. Sus cimientos fueron cubiertos y recordados por las torres gemelas del viejo estadio de Wembley (1924), demolidas en 2002. La imagen superpone el diseño original del estadio con el presente.
Años después, la exposición internacional del Imperio Británico de 1924 tuvo como escenario el parque de Wembley, que mientras tanto se había convertido en un área de esparcimiento y deporte importante en la capital. Para publicitar el evento se recurrió a una nueva obra emblemática, el Empire Stadium o Estadio de Wembley, cuya fachada estaba flanqueada por dos torres simétricas que recordaban a la antigua torre de Watkin. Sus cimientos fueron redescubiertos durante las obras de 2002, dando un soplo de vida efímero a un viejo proyecto que terminó en fracaso.